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La isla se peinaba la cabellera después de haberte visto directamente a los ojos, detrás de aquella amable sonrisa capaz de recrear el bolero ranchero compuesto por José Alfredo Jiménez a ritmo de salsa caribeña. Las guitarras no descansaban, sus cuerdas entonaban canción tras canción en medio de un mutismo guajiro, atascados de sudor fresco que acariciaba los rostros de todos aquellos que caminaban por las calles del Viejo San Juan

UN DOMINGO EN LA ISLA

Por David Alberto Muñoz
—Enviado especial de Culturadoor —

SAN JUAN, PUERTO RICO.- Una nube negra amenazaba con oscurecer el sol en medio de un día domingo en la isla, mientras los puertorriqueños caminaban realizando su rutina de fin de semana, asistiendo a ver el juego de béisbol, caminando por la avenida Roosevelt, siempre coqueteando, entre meneos de cadera y escotes bajos, los turistas vestidos de encajes aristócratas, disfrazaban las plazas frente al muelle donde se encuentra el hotel Sheraton, y donde los boricuas platican con su muy peculiar acento.

La isla se comportaba con bastante perspicacia, se peinaba la cabellera después de haberte visto directamente a los ojos, detrás de aquella amable sonrisa capaz de recrear el bolero ranchero compuesto por José Alfredo Jiménez a ritmo de salsa caribeña. Las guitarras no descansaban, sus cuerdas entonaban canción tras canción en medio de un mutismo guajiro, atascados de sudor fresco que acariciaba los rostros de todos aquellos que caminaban por las calles del Viejo San Juan. A los lejos la estatua de Colón observaba el mar con aire de conquista, bajo sus pies los locales discutían sobre el eterno tema de quizás algún día lograr su independencia, mientras que el amigo de al lado casi gritando les decía: —Así etá bien…hay mucha gente agringada en esta isla…

En la feria la gente continuaba pasando una tras otra, cientos de personas pagaban su boleto de entrada para comprar libros. Padres de familia visitaban los estantes buscando un libro para sus hijas de escasos ocho años de edad. De cuando en cuando teníamos la oportunidad de firmar algún libro, y mentiría si digo que no nos llenamos de orgullo al ver nuestro trabajo apreciado. Descubrimos que a los mexicanos se les quiere mucho en estos lugares. Tuvimos el placer de conocer al hijo de Rafael Hernández, compositor de El Jibarito, y de bailar una cumbia con Mili, nuestra anfitriona. Para después montar la sala de prensa y trabajar al vapor dejando caer letras sobre nuestras computadoras, desgastando aquel placer creativo de hacer lo que nos gusta.

Montados en un automóvil con placas locales, nos movíamos de tal forma, que parecía que íbamos de norte a sur y de este a oeste, visitamos Carolina, Canovanas, Río Grande, Loiza, Isla Verde, Santurce, Hato Rey, Río Piedra entre tantos pueblos. Nos movimos entre jibaritos reunidos un domingo por la noche bebiendo a las afueras de una licorera, donde los perros (policía), pasaban cada cinco minutos simplemente asegurándose de que el orden permaneciera, mientras que todos consumíamos alcohol en la vía pública, y los búhos de noche salían con ojos de avestruz para darle vuelo a la hilacha. Las noches de Puerto Rico saben a arroz con tostones; un perfume de azucena penetraba nuestro olfato en el mismo momento en que podíamos observar la gran belleza natural plasmada en la isla. Como por arte de magia conocimos a un joven regetonero de nombre Edgar Raya, que fue nuestro guía por las noches calientes de Puerto Rico. Nos llevó a su hogar donde conocimos a su señora madre pudiendo palpar el sabor familiar de la isla. Además, tuvimos la oportunidad de conocer el estudio de grabaciones del famoso Don Omar, mientras el joven de 23 años de edad encendía un puro de hierba local, exportada de tierras rojo azul, traído por aire al islote. Conocimos el restaurante Jalisco, donde se sirve comida mexicana; ahí pudimos apreciar nuestra bandera nacional junto a la de Puerto Rico, y mi compadre se tomó una margarita mientras yo comía unos tacos de carne de lechón.

Las horas pasaban con cierta lentitud, mientras que en un café, tocaban tangos a la caribeña, y las mañanas respiraban aire sin contaminación, en medio del parque de las palomas, y el lugar donde se inventó la piña colada, injertándonos minuto a minuto a la rutina alegre de todo poblador de este bello pueblo. Las voces sonaban a ritmo jadeante mas a la vez avivado, infalible, pero de igual manera inexacto, sacudiendo sus cuerdas vocales embotaban los momentos a paso maduro. Y en las alturas, podía ver las banderas del conquistador y el conquistado, recordándome que este lugar es un estado libre asociado. Sin darnos cuenta, nos llegó la mañana, después de haber recorrido casi media isla nos percatamos que ya casi había amanecido, y decidimos partir para descansar nuestros cuerpos que ya lo pedían. Lo mejor de todo este asunto, es que apenas, la feria empezó…

© David Alberto Muñoz David Alberto Muñoz, Ph.D. Faculty Philosophy & Religious Studies Chandler-Gilbert Community College 2626 East Pecos Road Chandler , Arizona 85225-2499 (480) 732-7173.


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