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NARRACION

Pareció empalidecer, para luego tomar control de sí y disponerse a manejar la situación que se desprendía de los hechos sucedidos en Lomas

Por Alvaro Villagran

Como en un atardecer cualquiera, las siete de la tarde marcaba el inicio de la noche en el bullicio común de la Ciudad de México. Hora pico del desplazamiento habitual de quienes en las largas horas del día, inyectan vida a la metrópoli más grande del mundo. Día particular en que el trauma individual de la jornada de trabajo, que a cada quien consume, se volvía colectiva al darse a conocer la trágica noticia que habría de alterar la historia del país para siempre.

La naturaleza de los acontecimientos que simultáneamente se vivían en el extremo noroeste del país, movían al hormiguero humano de la ciudad a un paso más acelerado de lo ordinario, como buscando en las caras de unos y otros la respuesta a los sucesos que anticipaban un clímax en la realidad política del país; particularmente cuando la sociedad era ajena al tipo de sucesos que las fuerzas ocultas habían desencadenado como pesadilla sobre un pueblo, que ya de por sí cargaba sobre sus hombros una incertidumbre y una multitud de interrogante sin respuesta. La pasión que transmitían los comentaristas de los medios, creaban mayor confusión aún, alarma general que de inmediato obligó la intervención oficial.

El sensacionalismo de la tarde se había iniciado con una simple llamada telefónica recibida en una suntuosa residencia ubicada en la Colonia Lomas de Chapultepec. Recinto a manera de palacete, que era una de las moradas de Raúl Sánchez de García, quien hubo de ser la primera figura de alto relieve en conocer los acontecimientos del 23 de marzo. El palacete de Chapultepec, al igual que acomodaba la inútil figura del primogénito de la primera familia mexicana, era también cuna de amores que el hermano incómodo compartía con sus favoritas: particularmente con una de ellas, la ibérica María Bueno, quien en su momento, sería la receptora de la funesta llamada.

María contestó el teléfono, dentro de la informalidad que caracterizaba su visita al palacete, antes de pasar la llamada a Raúl, su amante y protector. Él la había importado de España en pago por las consideraciones que ella le brindó al encontrárselo borracho y dormido, vomitado y sucio, en la puerta de la negociación donde ella laboraba.

-Bueno, ¿con quién gusta hablar?- preguntó María.
-Buenas tardes, deseo hablar con Raúl, es urgente- se dejó escuchar la voz angustiada de quien apresurádamente requería comunicarse con el hermano incómodo.
-Raúl, es para ti- indica ella.
-¿Quién es?- despreocupadamente cuestiona Raúl- Pregunta quién es.
-¿De parte de quién?- interpela María.
-Dígale que le llama el gobernador Beltrán- responde el solicitante.
-Raúl, es Beltrán- anuncia María pasándole el auricular.
-Raúl, soy Manlio, hace unos segundos fui informado que hace aproximadamente 10 ó 15 minutos, el candidato Cordero, fue víctima de un atentado, te aviso lo sucedido y solicito instrucciones-. En lo que fue unos segundos de profundo silencio, Raúl con el teléfono en la mano pareció empalidecer, para luego tomar control de sí y disponerse a manejar la situación que se desprendía de los hechos sucedidos en Lomas Taurinas.
-¿Quién más fue informado?, ¿Con quién más has hablado?- indaga Raúl.
-Con nadie, te estoy avisando a tí primero como es costumbre y estoy en espera de tu directriz- responde el gobernador.
En lo que Raúl se sobreponía del anuncio recibido, giró su primera instrucción:
-Dame unos minutos y vuélveme a llamar.
Fuera de la novedad que la noticia provocaba, nada parecía alterar el irresponsable ambiente de lujuria que se vivía en la casona de Chapultepec, ya que aún con su amante en brazos sólo requirió de un espacio para reflexionar. Cuando de nuevo suena el teléfono, indica Raúl a su amada con la mirada que fuera ella quien levantara la bocina; tras el acostumbrado saludo telefónico, María de nueva cuenta escucha la angustiada voz del gobernador Beltrán, quien insiste hablar con Raúl.
-Toma Raúl, es otra vez el gobernador- indica pasando rápidamente la bocina a su amoroso acompañante.

-Manlio, trasládate a Tijuana y cerciórate de que esté muerto.Yo informaré al presidente y tú serás nuestro enlace- fueron las instrucciones del hermano mayor presidencial y eterno protector de la frágil figura ejecutiva, quien además de todo gozaba de una estima y confianza sobrehumana del presidente hacia él.
Fiel a las recomendaciones recibidas, el gobernador se traslada con la consigna de representar políticamente al ejecutivo y con la encomienda precisa de Raúl de cerciorarse que Cordero hubiese muerto en Tijuana. A su arribo al aeropuerto de la ciudad fronteriza, donde ya era esperado por elementos de la policía judicial federal, el gobernador es llevado, en compañía de su jefe de escoltas, directo a los reparos donde se encontraba detenido el presunto asesino. En este lugar gira instrucciones especiales al delegado de la Procuraduría General de la República…
———–
Este es un fragmento del capítulo I de la novela “Senda de muerte”, del autor sonorense Alvaro Villagrán, radicado en Phoenix, Arizona. Esta obra trata de los asesinatos políticos, aún sin resolverse del todo, de Luis Donaldo Colosio, el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y Francisco Ruiz Massieu. A pesar de la abundante literatura producida en torno a ellos, a pesar del paso del tiempo, de las versiones oficiales, de los recursos de la criminología y de las múltiples investigaciones, la angustia no cesa ni aún los resultados satisfacen. De ahí la trascendenia de esta obra producida por Editorial Orbis Press. Para adquirirla visite www.orbispress.com o llame al tel (602) 264-5011 de Phoenix, Arizona.


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