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REPORTAJE

CRUZAN CON GUÍAS O COYOTES QUE LUEGO DESAPARECEN. SUS SUEÑOS LOS LLEVAN A INTENTAR CRUZAR, VARIAS VECES. ALGUNOS VAN EN BUSCA DE SUS PADRES, OTROS SÓLO POR LA CURIOSIDAD DEL GABACHO.

Por Carlos Sánchez

Los rizos de Darbelina sintieron el viento norteamericano. La puesta del sol es tiempo propicio para brincar el muro y burlar la vigilancia. Darbelina sacó fuerzas de su vientre, por el sueño de seguir viviendo.

La emoción le impidió enterarse que su tobillo derecho había sufrido una fractura. Sus compañeros hicieron frente a la situación y, después de observar que una ambulancia se la llevaba, fueron deportados.

A Darbelina la atendieron y muy bien, a decir de ella. Tiene principios de leucemia, motivo por el cual intentaba librar la barrera de la línea que divide los Nogales, el de Sonora y el de Arizona.

Unas horas después, Darbelina también fue deportada. Los agentes del grupo Beta la trasladaron al Albergue del Menor Repatriado. Allí, en la colonia Buenos Aires, encontró un colchón para reposar y la disyuntiva de intentar o no de nuevo el salto hacia el gabacho.

La atmósfera en torno al albergue, no obstante la situación de orfandad de por lo menos 15 menores, es propicia para tener con quien compartir la aventura de vestirse de indocumentado.

Darbelina recibe un par de pastillas y un poco de agua, sus ojos y la angustia por el dolor del tobillo se reflejan en el vaso. En unos minutos tendrá una sopa, según le informa Esmeralda, adolescente también deportada, encargada provisional del albergue.

Los casos de Darbelina y Esmeralda son similares; ambas han intentado instalarse en Estados Unidos, una por necesidad de resolver un problema de salud, la otra por “puro gusto”. Ahora comparten morada. Esmeralda Reyes Castro vino de Durango, tiene 13 años y un par de días en el albergue. Sabe cómo funciona la atención a los menores, las reglas, el menú diario–arroz, frijoles, carne.

Darbelina Fuentes Salinas, oriunda de Oaxaca, tiene 17 años de edad. Su madre vive en los Estados Unidos. Ahora esperará a que sus familiares firmen la custodia para salir del albergue y regresar a su tierra.

Una mucama para Daniel

Las palabras y cuchicheos reiteran la inquietud infantil, adolescente. En el interior del albergue sobre el sofá de la antesala, Esmeralda comparte su historia. Dice que intentó cruzar la frontera en un carro, al lado de su tía, con visa falsa, “por puro gusto, nomás por entrar a los Estados Unidos”; pero los gringos la “torcieron”, y no le quedó más que aceptar su travesura.

“Sí, ya que me dijeron los de la migra que la visa era falsa, les dije… en realidad esa visa no es mía. Acepté mi responsabilidad, y pues me trajeron”.

Esmeralda comenta que el trato en el albergue es digno y que le gustaría quedarse allí. Le interesa trabajar cubriendo alguno de los turnos. Entre los menores repatriados está Daniel, un niño que le ha tomado cariño, “necesita de alguien que le dé de comer, que lo cuide y le tienda su cama”.

“Sólo conmigo deja de llorar, porque lo atiendo, juego con él, le doy monedas, y está muy chiquito, no lo quiero abandonar”.

Daniel González Ávila, pide que le tomen una foto. Daniel dice que no tiene papá: “nomás mamá, porque mi papá está en México, y mi mamá en Estados Unidos”. Comenta que pronto sus tías vendrán a recogerlo. Según Esmeralda, trató de cruzar la frontera de la mano de una “coyota”. Luego del infructuoso intento, llegó al albergue donde encontró cariño y fraternidad.

“Se encariñó conmigo. Se quedaba solo. Cuando llegué estaba llorando porque quería unas donas, le di dinero, fuimos a la tienda y por eso creo que se encariñó,porque le di dinero”.

Aunque Esmeralda Reyes Castro es menor de edad, dice que por el cariño que siente hacia Daniel, le gustaría vivir con él.

“Si estuviera un poquito más grande y me lo pudiera llevar, lo haría, pero yo de aquí no me lo puedo llevar porque sus familiares están hablando a diario con él, se están comunicando y no creo que su mamá lo vaya a regalar. Los que están en donativo se quedan en el consulado mexicano, allí los adoptan, y aquí en el albergue nomás los dejan para recogerlos después”.

A decir de Esmeralda, a ella le faltaba poco para que su madre le enviara dinero para que tramitara el pasaporte de manera legal. “Me gustaría trabajar aquí, en este lugar, ya me encariñé con la gente, me tratan muy bien”.

Pastillas para Darbelina

Las cobijas aún despiden el humor del cuerpo y ya reciben a la siguiente piel que habrán de calentar. Darbelina posa sus muletas sobre la base de la litera, toma entre sus manos un vaso con agua y una pastilla tempra, “con esto se te va a quitar el dolor”, dice Esmeralda.

Hace apenas unos minutos que Darbelina atravesó la puerta del albergue y ya se siente en confianza, con ganas de platicar la causa de sus muletas. Lo ha dicho con soltura, con la mirada fija y pausando las palabras. En un par de ocasiones ha intentado cruzar hacia Arizona, la primera por San Luis Río Colorado, la segunda por Nogales.

“Íbamos a cruzar la barda y mis compañeros, con los que iba, me iban agarrar, pero no me agarraron bien y me caí y me falseé el pie”.

Darbelina dice no portar identificación y defiende su nacionalidad mexicana. Ahora esperará a sus familiares.

“Todavía no me van a recoger porque no han encontrado a nadie, probablemente sea hasta mañana”.

El traslado de Darbelina hacia la frontera le costó $2,750 pesos en avión. Su madre le envió la cantidad requerida.

“Ella quiere que esté a su lado, para ayudarme. A mí me dijeron que en Estados Unidos hay mejores doctores, y pues mi mamá me dijo que me viniera. Ya no voy a intentar brincar, de aquí me voy a ir a Oaxaca”.

Darbelina hace pausas, el dolor del tobillo le impide que las palabras fluyan. Sobre el vivir en su tierra, dice que la condición es humilde, “pero yo me vine para acá por mi enfermedad”.

¿Por qué crees que en México no hay solución para tu problema?

“Sí hay pero no me atendieron. Nada más me dieron vitaminas, tres cajas. Me las terminé hace tres meses. Bajé más de doce kilos. La enfermedad nomás aumenta”.

Darbelina se recuesta a esperar la firma de la custodia y el efecto de la pastilla.

Educación para Jauren

Le gusta patear los balones, pero desea hacerlo en campos del gabacho… “para fintear a los gringos”.

Jauren Ramón Pons es tabasqueño, aspira a hacer una carrera profesional en una universidad estadounidense. Por eso intentó brincar el muro, y asegura que lo intentará de nuevo. A sus 15 años de edad ya tiene agallas para decidir hacer vida propia, lejos de la familia. De Tabasco se trasladó en avión, hasta el DF, por mil 100 pesos. Del DF a Irapuato se fue en camión. Con su carnet de estudiante el boleto le costó 109 pesos. Llegar de Irapuato a Hermosillo le costó mil 300. De Hermosillo a Nogales 250 pesos.

Desde Irapuato hicieron la gran bola cien prospectos a indocumentados. Setenta y uno ya fueron deportados. Veintinueve andan flotando en la urbanidad de Nogales.

“Nos agarraron en despoblado, nos vieron desde un mirador y pos nos chingaron”.

No los llevaban polleros, sino guías, que lograron escabullirse de la migra. Los guías no le bajaron ningún centavo a los indocumentados, cobrarían al llegar con el patrón.

“La próxima vez voy a intentar cruzar el desierto, y a ver qué dice Dios”.

Un camarada que venía de Querétaro tuvo la osadía de llamarle güero a uno de los de la migra: “el gringo lo putió, le dijo, ‘cállate, cabrón, te voy a dar un putazo’.” Pero a Jauren no le tiemblan las piernas al contemplar la posibilidad de otra detención.

En la detención el trato no fue amable, acota: “nomás nos dieron una pinche hamburguesa. Esperaba por lo menos un pollo frito”.

El albergue de la Buenos Aires

Placer, necesidad, deseo, inocencia, malicia, transgresión… los infantes se aglutinan en torno a las paredes que por horas o días serán su hogar. Entrar en un albergue después de correr y brincar sintiendo el temor, el hostigamiento, la adrenalina, el dolor, es como encontrar la puerta del cielo. Ese cielo está en la Buenos Aires, Nogales, en el albergue que “los medios se han encargado de satanizar”.

En el patio unos niños juegan a ser futbolistas. Es sábado por la tarde y la afluencia de deportados es como en cualquier día de entre semana.

Una televisión congrega a poco más de cinco menores. El guardia asignado por la policía municipal comparte el pan con ellos.

“Mi nombre es Arturo Amaya, llevo seis años en la corporación. El albergue está desde el 1991. Lo auspicia el ayuntamiento. Son puros menores los que están aquí. Duran entre cinco días y una semana, mientras se concreta el retorno a sus lugares de origen. El boleto de camión lo paga el ayuntamiento o los mismos dueños de los transportes”.

El policía levanta los kilos de su cuerpo, que son bastantes. Un olor desde la cocina le hace concluir que los frijoles se queman. De un grito advierte a la cocinera quien responde que es sólo una sopa Maruchan, recalentándose en el horno microondas. Junto al televisor, es tiempo de ver un “reality show” donde los protagonistas son padres de familia en busca de sus hijos que emigraron hacia Estados Unidos.

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Contacte a Carlos Sánchez:
abiagaelsc@hotmail.com


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  2. Sep 23, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 46
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