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A LA MUERTE DEL PADRE, DON CRESCENCIO, DEMETRIO, SU MADRE Y SUS HERMANAS LLEVARON UNA VIDA DE LUCHA, ORDENADA Y
JUICIOSA. LA IGLESIA DE LOS REMEDIOS SE YERGUE EN EL CENTRO DE ESA CADENA DE COSTUMBRES.


—Fragmento—

POR ANSELMO BAUTISTA LÓPEZ

Hoy hará un hermoso día, hijo. La señora Rosario miró al cielo con la resignación de un luto añejo, colgada del brazo de Demetrio.
Sin duda será un buen día, madre. Ay, hijo. Si tu padre viviera estaría muy orgulloso de ti y nosotros seguiríamos viviendo en aquella casa bonita. ¿La recuerdas? La construimos con mucho amor y esfuerzo. Tu abuela paterna siempre se opuso a que se casara conmigo por mi religión Evangelista. Decía que yo lo iba a convertir de un triunfador en un perdedor. Ya me lo has contado muchas veces, madre.

* * *

La iglesia Los Remedios, construida por los dominicos a mediados del siglo XVI, no sufrió daño alguno en las encrucijadas bélicas de los periodos de Independencia y Revolución mexicanas. Aquellas balas respetaron la divinidad de sus muros no así la inclemente intemperie que la obligó a obras de reconstrucción en los años ochenta. Sus dos torres elevadas, usadas como campanarios, abrazan las montañas del noroeste por donde se oculta el sol coloreando el cielo de amarillo, rojo y gris. La nave principal cuenta con tres entradas: una central y dos laterales, cuyas anchas y altas puertas de cedro presentan en relieve detalles eclesiásticos de estilo barroco. La entrada del centro se ha mantenido con normalidad cerrada y únicamente es abierta cuando, a criterio del padre Santiago, se celebra alguna ceremonia especial. El hecho de que siempre se mantenga cerrada la entrada central quizá tenga una respuesta teológica más o menos aceptable: Dios también necesita de intimidad. Y es que, por esta puerta, se entra desde la calle Miguel Hidalgo la más transitada, y frente a ella se encuentra la escuela Motolinía, donde acuden a tomar clases de primaria, secundaria y preparatoria, los hijos de familia rica. En México no existen tres clases sociales (baja, media y alta) sino los miserables, los pobres, los medio pobres, los medio ricos, los ricos y los millonarios. La entrada derecha se accede por la calle Morelos y la izquierda por la privada Los Remedios. Ambos accesos son los de uso corriente y continuo, donde los limosneros se plantan para pelearse el mejor puesto por derecho de antigüedad. Del lado de la privada, y al pie de ésta, existe otra puerta que nadie ha visto abrirse nunca.

* * *

Cruzaron la rejilla de la privada Los Remedios y caminaron hacia la calle Hidalgo rodeados de más gente.
—¿Vendrá Sordi a comer con nosotros?
—No lo creo. Parece que hoy saldrá con sus padres.
Esa muchacha, cuando no es una cosa es otra. Últimamente no la hemos visto. La verdad, hijo, no estoy muy de acuerdo en que te cases con ella; no se parece en nada a tus hermanas. No tiene que parecerse a ellas, madre. ¿Por qué no te esperas y la conoces un poco más? ¿No crees que sea lo más sensato? La conozco lo suficiente, mamá. Pero nosotros no.
Ya nos hemos comprometido con sus padres, ¿lo olvida? Se ve que es una persona buena, sabe cocinar muy bien y sus padres… bueno, tú bien sabes que los hemos tratado una sola vez y por lo que tú me has comentado parece que son personas honorables. Aún así, siento que has precipitado las cosas. ¿Está embarazada?
—¡No, madre! ¡Cómo cree!
—Mejor, hijo, mejor. Ya sabes que más vale que hombre y mujer se unan en sagrado matrimonio a que anden por ahí acariciándose.
En ese instante Carmen y Lucía, salían de la privada a toda carrera para alcanzarlos. Llegaron agitadas con sus bocas inmovilizadas.
—Ustedes no se cansan de molestar al padre Santiago, ¿verdad?
Ellas se miraron con sonrisillas de complicidad como los niños que cometen una travesura inofensiva y son descubiertos. Negaron con la cabeza la reprimenda como diciendo “no madre, no nos cansamos de pedir ostias al padre Santiago”. Lucía la abrazó y Carmen tomó del otro brazo a su hermano. Juntos continuaron la marcha de regreso a casa, ubicada en la unidad habitacional Zárate, a cuatro cuadras de ahí.
Todo esto ya era costumbre. Al terminar la misa Demetrio y su madre se adelantaban mientras que ellas se quedaban para pedir al padre Santiago, amigo de la familia, les obsequiara un par de esas redondas, blancas y delgadas laminillas de pan ácimo. Ciertamente no eran unas niñas. Carmen tenía 21 años de edad, estudiante de Pedagogía y Lucía, que se quemaba el seso en Ciencias de la Comunicación, 19.
Demetrio, a sus 25 años llevaba una vida ordenada y juiciosa. No era un hombre agrio porque gozaba de la alegría familiar, de su trabajo, de sus compañeros, de su prometida Sordi y de la compañía de Dios. Sólo había perdido la habilidad de reír lo mismo que su madre y acaso su carácter era similar al de ella.
Luchaba por la vida; luchaba por restarle a la existencia familiar las penurias que llevaba; luchaba por salir del agujero en que la propia incapacidad y otras manos astutas los habían metido a raíz de la muerte de su padre Crescencio, fallecido hacía catorce años en un accidente automovilístico.
Ese día, antes de que el infortunio llegara al hogar, su padre le dio un beso en la frente por la mañana, le encomendó estudiar muy duro y salió a trabajar. Más tarde su madre fue por él a la escuela Motolinía para llevarlo al hospital donde su padre era intervenido quirúrgicamente en la sala de cuidados intensivos. Nunca supo si los doctores hicieron su mayor esfuerzo. Lo cierto es que pasaron las mayores horas de angustia pidiendo a Dios que le salvara. Ninguna súplica, ningún rezo, ninguna oración al supremo, pudo evitar que don Crescencio abandonara este mundo. Llanto, angustia, vacío, tristeza, incertidumbre, y todo lo que deja la pérdida de un ser querido se apoderó de los cuatro.
—————————–

Contacte a Anselmo Bautista López: editor@orbispress.com


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  2. Sep 25, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 47
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