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CUENTO de Oscar L. Cordero
Las cosas ya estaban mal antes del once de septiembre. Las relaciones entre los seres humanos demuestran la imperfección del hombre. La incomprensión, las ansias de dominio, la búsqueda del poder, y la sojusgación de un hombre por otro, es cosa de todos los días. Las diferencias entre las naciones parecen crecer aún más y el entendimiento se desvanece. Los intereses de un grupo son la muerte para el otro. El desarrollo de un país depende de los recursos del otro, y así sucesivamente.
—¿Qué me está queriendo decir con eso, compañero?
—Homo homini lupus—dicen—y yo agrego, el pez grande se come al chico. Los hijos ya no obedecen a sus padres, y la toma de rehenes en las olimpiadas lo único que demuestra es que la justicia no está con los débiles. Los países fuertes se inmiscuyen en los asuntos de los más desprotegidos y llegan a influir en su situación social, política y económica, como si los países pobres no merecieran respeto.
—¿Qué tiene que ver toda esa monserga con el once de septiembre?
—Ahorita el petróleo vale más que una ideología y muchos jóvenes van a la guerra gustosos por él. Lo que es peor: nuestros hijos no quieren saber nada del campo. Los alimentos no provienen de la nada, así como la luna no brilla sin la luz del sol. Por otro lado, los árabes están enojados con los especuladores del petróleo, los laboristas buscan reformas y los patrones estabilidad, porque los conflictos crean incertidumbre, dicen.
—Yo, a usted, no le entiendo ni papa.
—En México, el “jueves de corpus” y el “dos de octubre” evidenciaron las diferencias entre la intelectualidad emergente y el poder político. “Halconazo” Martínez Domínguez sabe mucho acerca de eso. Más al sur, Unidad Popular logró un triunfo sin precedentes. El pueblo inca y el mestizo hablaron, vox populi.
—Sí nos dejan—soñaron—Jacques Costeau descubrió las profundidades y las hizo películas, Castro produjo puercos pero las moscas se los mataron, nadie sabe de dónde salieron los insectos. Las diferencias entre los intereses vitales de cada país están modificando la geografía. Sí. El once de septiembre fue terrible.
—¡Claro, pues es precisamente lo que le he estado diciendo! Ese Bin Laden. ¡Qué diablo! ¿Por qué estará tan enojado con los gringos? De seguro es cosa del petróleo, o ¿será el apoyo de Estados Unidos a Israel?
—La mortandad fue impresionante y la destrucción aterradora. No quiero ni acordarme: los gritos, el dolor, el polvo y los soldados por todos lados…
—¡Sí, tiene razón. Nadie esperaba eso ¿verdad? ¿Soldados…? ¿Cuáles soldados?
—La rebeldía se sentía en el aire y la música nueva la hacían palpable, las canciones de Serrat se oían por todos lados provocando ira entre la oficialidad. Cabral se negaba a engrasar los ejes de su carreta y Bob Dylan hacía preguntas a las que nadie respondía. Más de un cantante tuvo que pagar fianza para volver a ser “libre” otra vez, incluso el pensar de Joan Báez languideció más de una vez, tras un velo de indiferencia. De Angela Davis mejor ni hablar ¿Para qué? Ahorita nadie lo entendería. Fueron tiempos difíciles.
—Usted, compañero, me confunde. ¿Qué Serrat y qué Dylan? ¿Por qué no incluye a Zitarrosa y a Oscar Chávez para terminar de sacarme de quicio? Yo hablo del once de septiembre ¿Me entiende? ¡Hey, cantinero, dos cervezas más, por favor!
—Ni en películas se había visto algo igual. Los aviones viniendo hacia sus objetivos con la intención de convertirlos en polvo, y lo lograban. La gente corría alejándose de los edificios con el terror dibujado en sus caras. Se notaba que el entendimiento y la capacidad de diálogo del ser humano fallaba esos días, pues el miedo y la muerte se enseñoreaban por toda la ciudad…
—¿Por toda la ciudad? Qué raro habla usted. Parece que las cervezas le nublan el entendimiento. El ataque fue sólo a dos edificios y usted dice que “la muerte se enseñoreaba por toda la ciudad”. A la buena que yo medio lo entiendo, pero, si le estuviera hablando a otra persona, usted estaría frito. Sí, así cómo lo oye… frito.
—Nadie esperaba esto, fue terrible. Algunos lo presintieron pero de haberlo manifestado nadie lo hubiera creído. El Apocalipsis debe de ser algo parecido.
—¡Algunos lo dijeron! Sí. ¡Hubo quien dijo que la Biblia lo había predicho!
—Fue temprano en la mañana, el ataque de los aviones cubrió de polvo el Palacio de la Moneda. Los noticieros no hablaban de otra cosa, unos decían que Allende había muerto apenas iniciada la agresión, otros, que estaba vivo y que él dirigía la defensa del Palacio. El ataque empezó temprano. Todo el centro de la ciudad se llenó de tanques y artillería. Se decía que había cientos de muertos, incluso miles… Sí. El terror se apoderó de la población el once de septiembre.
—Mire. Yo mejor me voy ¿Qué caso tiene estar oyendo tonterías?…
Oscar L. Cordero es autor de Entre la Sed y el Desierto. Su obra más reciente es la colección de cuentos De mi Tierra al Espacio. Para adquirir sus obras llame:
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Por: Efrén Díaz C. en Sep 12, 2011
Sí, la cosas ya estaban mal antes del 11 de septiembre del 2001, ya se estaba gestando el error y el horror en la entrañas mismas de muchos, pues no se apostaba por ser solidarios, mejor se cantaban canciones de cuna para la corrupción, la impunidad, el machismo violento en sí mismo, nuestro querido México no explotó con Calderón, el fuego ya venía arrasando desde mucho, mucho antes. Sólo le tocó y nos tocó vivir el incendio provocado, ahí, en las mismas entrañas del error y del horror.
Efrén Díaz C.
efren7898@prodigy.net.mx