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CRONICAS SERRANAS

Algunos amigos viajarían de vacaciones a Europa, Cuba y Medio Oriente. Yo no pedía tanto, me conformaba con ir durante un mes a la Mesa del Campanario, Sonora, situada a una altura de 2,250 metros sobre el nivel del mar…

Por Thelma Acosta Ruíz

Dios se manifiesta en la naturaleza.James Redfield.

Durante una calurosa tarde del mes de mayo, nos encontrábamos mi esposo y yo tomando café en el porche de nuestra casa. A pesar de ser más o menos las seis de la tarde, se sentía el aire caliente y molesto; platicábamos de algunas personas amigas que viajarían de vacaciones a Europa, Cuba y Medio Oriente. Se me ocurrió decirle que yo no le pedía tanto, que me conformaba con que me llevara durante un mes a la Mesa del Campanario, Sonora, situada a 264 kilómetros de Hermosillo y a 13 de Yécora, en una altura de 2,250 mt. sobre el nivel del mar.

En tres ocasiones anteriores hemos ido de vacaciones a ese lugar y cuesta trabajo regresar a los calores de Hermosillo, cuando nos encontramos gozando del clima y el paisaje, semejantes a los de Suiza. A mi esposo le pareció una grandiosa idea, por lo que iniciamos los planes para permanecer—durante lo más arduo del verano—en aquel “eterno invierno”. Se comunicó con la profesora Ofelia González—dueña de las cabañas—para reservar una, pues sabemos que en los meses de junio a septiembre, es alta la demanda. Luego hice una larga lista de lo que deberíamos llevar: ropa de invierno, cobijas, implementos para cocinar, despensa para un mes, bicicletas, libros, álbumes y fotos pendientes de organizar, etc.

Por fin, llegó el tan ansiado día de partir, teníamos el pick up cargado y cubierto con una lona, por aquello de las frecuentes lluvias que se presentan en la sierra, no podía faltar la música grabada y el termo con café, pues el viaje dura entre cuatro y cinco horas. Pasamos por San José de Pima, Tecoripa, San Javier de Moradillas, Tepoca, el entronque con Sahuaripa y posteriormente el de Ciudad Obregón con Rosario Tezopaco. En cuanto iniciamos el ascenso a la sierra, advertimos el cambio en la vegetación de todos los tonos de verde hasta el clímax de la exhuberancia con la aparición de los gigantescos encinos y pinares…y una refrescante llovizna nos dio la bienvenida. A estas alturas del camino, observamos que las nubes bajaban al bosque o que éste era el que invadía la capa celestial, fundiéndose ambos en un gran encuentro del cual éramos afortunados partícipes.

A la altura del kilómetro 262 recorrimos un tramo de difícil acceso hasta arribar a nuestro destino; y gracias a la pericia de mi esposo, llegamos con felicidad. La cabaña asignada es de lomos de pino, tiene doble pared, con lo cual resguarda calor; consta de sala, dos recámaras, baño, escalera que lleva al tapanco, cocina completa, desayunador, chimenea, un cuarto pequeño, porche frontal y posterior; y el alumbrado es por medio de celdas solares.

Nos recibió el señor Francisco Rascón—encargado de las cabañas—a quien ya consideramos nuestro amigo, pues junto con su esposa y sus ocho hijos, nos ha demostrado amabilidad, confianza y gran espíritu de servicio; siempre pendientes de surtirnos leña, agua de pozo, revisar el tinaco, arreglar desperfectos o lo que se ofrezca.

Durante un paseo nos acompañaron tres de ellos; de doce, ocho y cuatro años. Actuaron como perfectos guías de turistas, impartiéndonos cátedra sobre flora y fauna característica de la región, con la capacidad de observación que desarrollan las personas que han vivido en contacto con la naturaleza. A lo lejos, uno de ellos descubrió a un venado el cual, momentos después, tuvimos el gusto de admirar a escasos treinta metros de distancia; parecía que tenía resortes en las patas al saltar la cerca, orgulloso de su cola blanca.

En el tiempo que permanecimos en la cabaña, me di cuenta que algunos recursos superfluos de la ciudad, se convierten en necesarios en el medio rural; así, aprendí a cuidar y a optimizar luz, agua y comida, pues la tienda más cercana—pobremente surtida y cara—se sitúa a seis kilómetros de distancia.

Tuvimos el gusto enorme de recibir a una pareja muy querida por nosotros—Lupe Elena y José—a quienes previamente habíamos invitado a visitarnos. Ellos sólo iban por cuatro días y llegaron con provisiones como para un mes; los cuatro disfrutamos paseos por el bosque, lluvias, una visita al pueblo de Yécora, comidas sabrosas pero, sobre todo, su agradable compañía y conversación, pues poseen la rara cualidad de escuchar y sus comentarios son bastante asertivos. También convivimos dos semanas con otra pareja de amigos, Héctor y Rosa Amelia, propietarios de la cabaña contigua a la que habitamos; ambos maestros, de edades similares a las nuestras, por lo que teníamos mucho en común para conversar las tardes en que nos reuníamos a tomar café, con empanadas rellenas de mermelada de manzana. El último fin de semana de nuestra estancia, nos visitaron Edel, Deyanira y Diego Ángel, queridos hijos y nieto, quienes llenaron de luz y alegría a nuestra cabaña con su presencia.

Durante la permanencia de un mes, me acostumbré, e indudablemente extrañaré, a los paseos matutinos y vespertinos de cinco a seis kilómetros, en bicicleta y sin sudar, a las salidas y puestas de sol, que son encantadoras, pues el reflejo del color rojo-naranja abarca una gran extensión del horizonte. También voy a recordar las noches sentados en el porche, simplemente admirando el paisaje adornado por luciérnagas (copeches) que se pasean libremente sobre los pinos, madroños y manzanitas; extrañaré el dormir arrullados por el sonido que produce la lluvia al golpear el techo de lámina, los paseos por el bosque escuchando el sonido musical de los pinos al mecerse con el viento y la neblina que vemos avanzar desde lo profundo del bosque hasta sentir que nos envuelve dentro de ella. Igualmente, nunca voy a olvidar el pasto cubierto por gotas de rocío que iluminadas por el sol matutino semejan una alfombra verde cubierta de brillantes, extrañaré también a las bellísimas flores silvestres amarillas, rojas, blancas, lilas, moradas, de gran diversidad en formas y tamaños, que ni el mejor jardinero pudiera cultivar.

Y cómo no tener siempre presente las noches frente a la chimenea tomando café y escuchando el crepitar de los leños, la contemplación silenciosa de la Sierra Madre Occidental y las tardes de lectura desde la ventana del tapanco, el uso de chamarra en pleno mediodía y tantos otros detalles, pero… no puedo olvidar que mi lugar está donde eché raíces, donde están hijos, nietos, madre, amigos, casa…Así es que, Dios mediante, ¡hasta el próximo verano!

Thelma Acosta es integrante del “Taller de autobiografía” que coordina y asesora la maestra Luz Consuelo Córdova en Hermosillo, Sonora. E-mail: luzconsue@hotmail.com



4 Comentarios a “La Cabaña de la Mesa del Campanario”

  1. Por: rebeca isabel alatorre felix en Aug 10, 2011

    Quisiera saber quién es el que renta las cabañas y a qué número lo puedo localizar y cómo son… por su atención, gracias espero su respuesta…

    rebeca isabel alatorre felix
    rebeca_alatorre_1@hotmail.com

  2. Por: Hola, me podran decir a que numero puedo hablar para que me den informacion sobre las rentas de las cabañas espuesro su respuesta...Claudia en Sep 10, 2011

    Hola, me podrían decir a que número puedo hablar para que me den información sobre las rentas de las cabañas…espero su respuesta…Claudia

    claudia.hdz@vsh-seguridad.com

  3. Por: Diana en Nov 13, 2011

    Quisiera saber con quién me puedo contactar para rentar una de estas cabañas.
    Diana
    d_mariel12@hotmail.com

  1. 1 Trackback(s)

  2. Oct 3, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 51
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