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NARRATIVA

El curandero sólo deseaba que le mandaran en un sobre unos cuantos cabellos de Teresa y el costo de tres vacas gordas. Agregaba que sería pocopara la gran batalla que sostendría con las malas ánimas…

Por Ramona Valenzuela

Poco a poco la nieve arrollada bajo los matorrales iba desapareciendo, las semillas comenzaban a germinar y los árboles a retoñar. La familia hacía planes para recibir la primavera; encalarían la casa por dentro, harían una buena hortaliza como la que tiene la Buscabulla, llevarían a los niños pequeños al pueblo para registrarlos en la presidencia, y a Rosalío lo llevarían a bautizar, traerían a su abuelita al rancho, etc.

Y así pasaban los días, pero junto con ellos, el mal de Teresa crecía convirtiéndose en el tema favorito de todos los rancheros del pueblo y ejidos vecinos.

Los incrédulos fueron el motivo para que el Talayote se viera frecuentado a diario por vecinos quienes antes lo habían ignorado. Y esta fue la causa por la que Catalino se vio obligado a abandonar su rancho y a interrumpir sus siestas. Porque allá en el Talayote, encontrándose el zutano con el mangano, no había por qué no celebrar tal acontecimiento.

Y así, el zutano sacaba de las alforjas de la montura ánforas de sotol, pero tal líquido los hacía olvidarse muy pronto de su nueva amistad, porque el zutano dijo que al mangano no le convenía, empezaban a hacerse de razones y lanzar blasfemias sin rumbo, hasta que aquello terminaba en una tragedia.

A diario había esta clase de riñas, pero en una de las tantas llamadas urgentes, Catalino tuvo suerte, porque al tiempo que afrontó al Vallecito del Talayote, apareció por la vereda que daba al pueblo un jinete desconocido con un mensaje para los padres de Teresa.

Como los pobres indios no sabían leer, se lo pasaron a Catalino. Él empezó a deletrear con mucho trabajo. Lo enviaba nada menos que el espiritista, un curandero joven que se estaba haciendo muy popular en un pueblito llamado Tejolocachi. No se sabe ni cómo llegó hasta él el mal de Teresa, pero deseaba ser buena gente, según se expresaba en su carta. El curandero sólo deseaba que le mandaran en un sobre unos cuantos cabellos de la cabellera de Teresa y el costo de tres vacas gordas. Agregaba que sería poco para la gran batalla que sostendría con las malas ánimas.

Cuando Catalino deletreó el recado, lo hizo delante de toda la chusma de rancheros ignorantes, pero con sanos principios morales. Acordándose de que ninguno sabía leer y por su propio bien decidió añadirle otro renglón. Dijo en un tono fuerte para que todos pudieran oír:

— Y para terminar, dice que es muy posible que los espíritus malos se introduzcan en cualquier otro cuerpo que se encuentre cerca de ellos.

Después de haber suspirado profundamente el comisario añadió:

— Esto quiere decir que el mal puede salirse de Teresa e introducirse en cualquiera de nosotros.

Meditó por un momento y luego agregó tallándose el bigote:

— ¡Ay Chihuahua! ¡Imagínense, esto es una plaga pegajosa!

No pasó mucho tiempo hasta que los vecinos empezaron a ensillar las bestias, mientras cuchicheaban entre sí. Ese mismo día emprendieron el regreso a sus hogares. Mientras se alejaban del ranchito, Catalino se tallaba las manos con regocijo al murmurar:

— ¡Sí que me alcancé buena puntada! Ya decía yo que mi cabeza tiene buenas baterías.

A Pedro no le interesó ni brizna el mal de Teresa, pero sí le importaba que su hermano se preocupara demasiado por ella, ya que hasta el apetito había perdido y el pobre tío se veía más jorobado. Él sabía que ya nunca más se podría casar con Teresa y eso lo mortificaba mucho pues él quería tener hijos.

Pedro decidió añadirle a la casa otro cuarto para los hijos mayores, pues ya estaban cansados de dormir en el granero. Comenzaron a tumbar pinos y a hacer los demás planes para la construcción del cuarto, eso hizo que Nacho se olvidara un poco del mal de Teresa.

Terminaron el cuarto y lo dividieron con un tabique y se lucieron poniéndole piso de madera. Tan pronto como terminaron de construir el cuarto, Pedrillo se adueñó de una de las divisiones y no le pareció nada bien cuando el padre le dijo que tenía que compartirlo con su tío y su hermano.

En esos días, Pedro hizo un viaje al pueblo atendiendo los consejos de su amigo Savino, regresando con un semblante diferente a otras ocasiones.

A nadie podía engañar, algo andaba mal, con seguridad era algo relacionado con su padre. Era tanta su aflicción y su congoja que resultaba imposible cubrir las apariencias diciendo que nunca antes había visto a su padre rebosando de salud como hasta ahora.

Una semana más tarde pasaron unos arrieros por La Mesita comentando gustosos que Teresa había sanado del mal, aunque tuvo que desaparecer del hogar durante casi una semana y fue a causa de un mandato de alguien a quien no se podía delatar. Todos opinaron que ese incógnito era nada menos que el espiritista. Gracias a él, ella recuperó su estado de salud normal. Por lo tanto, el indio Cruz le envió tres vacas gordas con un arriero especial.

A tantos ruegos de su mujer, Pedro hizo una forzada visita al Talayote. Cuando regresó Pedro les aseguró que en realidad Teresa recuperó su salud y tal parecía que tartamudeaba menos que antes y sus mejillas estaban más sonrosadas.

Pedro esperaba que su hermano le reprochara algo, pero éste se limitó a reír y terminó asegurándole a Pedro que ni así se casaría con ella. Enseguida le ayudó a desensillar las bestias y luego a arrearlas al machero.

Pancha clavó la mirada fría en su marido, entregándole una taza de peltre, descarapelada, con café, preguntó:

— ¿No fue niño?

Pedro demasiado bien conocía el tono de voz y el semblante del rostro de su mujer para temerla, tomó un sorbo de café y contestó:

— ¿Qué quieres que te cuente mujer? ¿Las atrocidades de esa mujer?— hizo una pausa y luego agregó:

— Tengo un testigo— calló por un momento y dijo:

— Pero es mudo.

Por un momento Pancha creyó que su marido le contaría todo. Pero cuando Pedro dijo que su testigo era mudo, ella quedó atónita:

— Quieres decir …

Pedro la interrumpió añadiendo:

— Sí, quiero decir que ese testigo es nulo, pero su nombre es Aros, por lo tanto, es un motivo para que nosotros callemos— meditó por un momento y luego dijo alejándose:

— Acuérdate mujer, por la lengua muchos van a la horca. Terminó aventando la taza hacia el arroyo diciendo:

— Te compraré más tazas cuando vaya al pueblo. Éstas ya están como los bacines, todas descarapeladas. Pancha no contestó, sólo se quedó seria. Cuántos pensamientos la atormentaban, pero calló ahogando todas sus sospechas en un suspiro largo y profundo.

Este texto forma parte de la novela Amor allá en el Rancho cuya segunda edición se encuentra en preparación. Contacte a Ramona Valenzuela: Tel. (623) 582-0384


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  2. Oct 3, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 51
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