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LETRAS FRONTERIZAS

Era el mes de impuestos, cuando el Tío Sam te quita hasta la camisa yademás te amenaza que si no pagas, todo el poder de la inquisición modernaconocida por las tres letras del IRS, se encargará de destruirte…

Por David Alberto Muñoz

El mes de abril, mes de aires, mes de primavera cuando las hormonas comienzan a inquietar la muy común necesidad de reproducción. Era un mes cuando las aves ya se encontraban en el sur, símbolo de mejores climas, lugar donde el frío y la lluvia no parecen acariciar los cuerpos de sus habitantes. Era el mes de impuestos dentro del país de los güeros, cuando el Tío Sam te quita hasta la camisa y además te amenaza que si no pagas, todo el poder de la inquisición moderna conocida por las tres letras del IRS, se encargará de destruirte en lo personal en toda la extensión de la palabra.

Miguel se levantó temprano para realizar su declaración de impuestos. La fecha límite era el 15 de abril, todo el mundo lo sabía, faltaban solamente cuatro días para la hora cero. Como buen mexicano, Miguel era un poquito desidioso. Había dejado todo para última hora. Con la facilidad de un ahí se va, Miguel coqueteaba con el tiempo, dejando detrás las horas, los días, los meses, los años, sabiendo lo que tenía que hacer, pero sin querer hacerlo; el problema no era no poder hacerlo.

Había comprado su programa de computación Turbo-Tax. Miguel era un hombre hecho al siglo XXI, con todos los avances tecnológicos necesesarios, desde un control remoto, vital para subsistir en la nueva era, un DVD, satélite, dos teléfonos celulares, tres computadoras, hasta un Internet rápido, proporcionado por Cox Cable, todo esto simplemente para simplificar la vida. Además, a él no le gustaba llenar formas.

—Los gringos siempre lo hacen a uno llenar un montón de papeles que no sirven para nada, nada más para fregarte y sacarte el dinero.

Frente a él tenía todos los caracteres necesarios y todo el mentado papeleo para cumplir con su deber de ciudadano de gringolandia. Las formas W-2, recibos de todos sus gastos, desde el pago mensual de la niñera que cuidaba a su hijo de seis años de edad, hasta el recibo del bar donde llevó a Don Raúl cuando vino de negocios el año pasado y ambos se emborracharon en un table dance, haciendo negocio en medio de las piernas abiertas de una joven y bella mujer.

También, cartas certificadas de las instituciones a las cuales había donado dinero durante el pasado año fiscal, iglesias, fondos de becas, YMCA, el Salvation Army, etc.

Lo primero que sorprendió a Miguel fue el darse cuenta del dineral que había hecho el año pasado.

—¿Dónde está ese dinero?—se preguntaba.

Más de cincuenta mil dólares, pero al ver el estado de su cuenta, existía un pequeño déficit de $123.77.

—¿Cómo es posible? No que sea tanto dinero, pero de este lado de la frontera se debería de vivir dignamente con tal cantidad. Me lleva la que me trajo. ¿Cómo puede un ser humano hacer tanto dinero y no tener nada?

Era inaudito, incomprensible, un misterio verdaderamente impenetrable. Todos los ciudadanos del imperio rojo azul, se preguntaban exactamente lo mismo.

—¿Dónde está nuestro dinero? Nada más lo vemos en papel, pero ese papel no es de color verde.

Miguel comenzó a fumar cigarro tras cigarro. Había tantas cuentas que pagar, no solamente el pago de la casa, la luz, el agua, las llamadas utilidades, por supuesto, de este lado del río, las tarjetas de crédito, que por cierto eran más de seis entre él y su esposa, las clases de karate de Miguelito, los pagos de los carros, el seguro de los mismos, la nueva cocina que habían instalado en su hogar, los préstamos de estudiante, el préstamo que pidieron el verano pasado para irse de vacaciones, la comida, la ropa que vestían, las semanales salidas a los mejores restaurantes y, por si fuera poco, los impuestos del año pasado que todavía Miguel no terminaba de pagar.

Hundido en un mar de papeles, Miguel hacía cuentas, sumaba, restaba, multiplicaba y dividía. Tal vez podría encontrar más deducciones, intentaba reducir la cantidad que tendría que pagar. Había gastos de viaje, gastos de materiales para que el negocio funcionara de manera adecuada, maquinaria, empleados, seguro social, cuentas de retiro, inversiones en la bolsa de valores, cuentas de ahorro, un cúmulo de cosas con la única esperanza de pagar menos.

Cuando terminó, Miguel se fue para atrás cuando vio la cantidad que le exigía su Tío Sam durante los primeros años del nuevo milenio: $3,769.43.

—No seas gacho Tío Sam, no la friegues, me la paso trabajando todo el santo día y a veces en la noche hasta me voy a lavar platos para hacer un dinerito extra. Llego de mi casa al trabajo, del trabajo a mi casa. Ando a un ritmo de más de cien kilómetros por hora, o millas, que son las que a ti te gustan. No tengo tiempo para mi familia, en esta sociedad todo es producción, si no produces eres un parásito de la humanidad, debes de producir para vivir feliz. Pero, lo poco que produzco tú me lo quitas. No seas gacho Tío Sam, como que nos tienes a todos engañados, nos vendes la felicidad y ni siquiera podemos disfrutarla.

Al terminar su declaración de impuestos, Miguel lanzó un callado grito de frustración.

—Me lleva la chingada, a todos, nos lleva la chingada.

Como dijo un sabio pelón, en la vida solamente se puede estar seguro de dos cosas, la muerte y el tener que pagar impuestos.

Nos lleva la chingada.

—¡Qué gacho eres tío Sam! Ni modo, es el precio de vivir de este lado de la frontera.

Contacte a David A. Muñoz:
dmunoz7@cox.net

Este texto forma parte del libro México de mis recuerdos del propio autor. Para adquirir esta obra llame:
En Phoenix, Arizona: 602-264-5011
En Hermosillo, México: 662-285-1080.
En Internet: www.orbispress.com


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  2. Oct 3, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 51
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