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500 MIL EN LOS ANGELES, MÁS QUE EN CUALQUIER PUEBLO, NO SUCEDÍA DESDE HACE SIGLOS

Los marchistas llevaron el tema de la migración a las pantallas de la prensa blanca: Las manifestaciones en todo el país un éxito. En los Ángeles: un contundente y emocionante triunfo contra las desigualdades.

Por María Dolores Bolívar

LOS ANGELES, CALIFORNIA.- 500 mil como un país o más que cualquier pueblo. 500 mil, se dice fácil, sobre todo si se ignora que ningún político, salvo a nivel nacional, ha visto jamás un grupo semejante de personas, todas juntas. ¿Y los migrantes? Invadidos de furor y de emoción, por primera vez han podido contarse. Quiero decir, contarse de verdad, en toda su impactante presencia. La marcha en contra de la propuesta HR4437 fue más que una marcha, mucho más. Era la expresión de un pueblo que tiene voz y sabe levantarla. Era eso, justamente. Un pueblo andando, como si fuera en el trajín diario, pero consciente de que su presencia pesa y hasta es capaz de hacer cimbrar a cualquier país del planeta. Ese empoderamiento no estaba con nuestra comunidad desde los años 1600. Ese empoderamiento muchos lo conocen tan sólo vía los libros de la historia reciente, de la revolución o de la guerra cristera. El aprendizaje de los derechos es arduo, pero se gana, cuando a los ojos del sol uno se ve, cuerpo a cuerpo, ocupando una ciudad entera.

500 mil personas vestidas de blanco. Sobre la superficie transitable de 26 cuadras, de Adams a Spring, entre Broadway y City Hall, la ciudad más mexicana de California se cimbró, como nunca, al grito de “sí se puede”. La marcha contra la propuesta HR 4437 y preludio de los debates en el senado para la criminalización de la migración ilegal, queda para la historia. Hoy por hoy, habrá de ser la envidia de cualquier organizador y el terror para aquellos que piensan que las poblaciones migrantes hispanas son insignificantes y fáciles de intimidar. Una buena señal de lo que pueden lograr los hispanos organizados y una buena clave para aquellos que quieren pisotear sus derechos. Más grande que la mayor protesta contra la guerra de Vietnam, las protestas contra “el antiinmigrantismo hispano” superaron en más de cinco veces las que repudiaron, en 1994 a la proposición 187.

¡Salimos ante todo a vernos!

El sábado 25 de marzo llegó con expectativa y temores. Una alcaldía gobernada por un alcalde controversial y mexicanísimo, lo que menos quiere es problemas de muchedumbres. Sin embargo, nada habría podido impedir esa marcha. Otras marchas, en otros puntos del país indicaban ya su carácter multitudinario.

En Phoenix, 35 mil personas el 24 de marzo. A la llamada de Manuel Murrieta con esos increíbles números, desde el valle del sol, supuse que en Los Ángeles las cifras harían cimbrar a California. Temblará, me dije, como ocurrió en 1994. Por la mañana leí los diarios. Los locales anunciaban el acto. Veladamente disuadían a posibles marchantes que se aventurasen desde el sur. Era de esperarse que hubiera más tráfico, me comentó una amiga que vive en Irvine y viaja a diario hasta San Diego. La cercanía entre San Diego y la metrópoli angelina ha vuelto sus caminos intransitables.

Quedaba por ver si ondearían, como sugirieron los organizadores, las banderas de Estados Unidos. El reto para cualquiera que quisiera volver efectiva la protesta contra las posibles reformas a la ley de migración era demostrar que los que protestan quieren someterse a las leyes de este país y no llamar jamás a reivindicaciones que enajenen a los menos radicales contra una invasión morena, venida del sur de sus fronteras. Se hizo, a pesar de los temores, ondearon pocas banderas tricolores con el águila. La mayoría vistió de blanco. Pero lo que levantaba los vellos y hacía correr la sangre a mil por hora era más imponente que cualquier vestimenta o bandera. En el lugar de las estrellas, las banderas estadounidenses llevaban los rostros de los soldados mexicanos y salvadoreños que pelean o han muerto en Irak. Y los carteles eran concisos y claros, no a las reformas migratorias que criminalizan al trabajador indocumentado.

“Aministía, all rights for all immigrants”, “we love USA too”, “Todos somos iguales”, “We are proud to be Hispanic”, “We pay taxes too” “They have kicked the true sleeping giant”. Impuestos, derechos, aportaciones, respeto solicitaron los migrantes en sus carteles coloridos. Muchos cedieron el espacio de su pancarta a la declaración escueta de los impuestos que pagan anualmente. Las cifras eran elocuentes. “7000.00” consignaba el cartelito de una señora salvadoreña, propietaria de una fonda en la placita Olvera.

La democracia de los derechos humanos

Pero veamos, sobre todo, qué significa el número de personas en las calles angelinas, un día sábado; el empoderamiento, vía la voz, de quienes tienen, también, derecho a la libertad de expresión, documentos o no en mano. Una marea humana impresionante. Los noticieros en inglés no pudieron ponerlo en mejores palabras, la manifestación más grande que haya habido jamás en cualquier ciudad de Estados Unidos.

¿Y para los hispanos? Se trata, nada menos, que un contingente mayor a que sería posible reunir en por lo menos el 87 por ciento de las ciudades hispanas. La mayoría de quienes asistieron a esa marcha no habían visto jamás tantas personas reunidas por su propia causa. Ningún candidato, ni siquiera Andrés Manuel López Obrador, habrá soñado jamás con un número igual de personas coreando sí se puede al unísono. ¿Apetitoso manjar para cualquier operador político?

¿Pero quién reunió a esta muchedumbre? NO fueron los políticos. Entre ellos no hubo operadores estilo PRI. El aftermath ya lo dice. Nacidas de la protesta inicial, las consignas se siguen. Los protestantes son usted, yo, nuestros parientes y vecinos. Las familias que vemos a diario entre nosotros. De las escuelas secundarias y preparatorias salieron los hijos de los trabajadores indocumentados junto con sus amigos, sus parientes, sus compañeros documentados. Desde las fábricas y los negocios, desde las tiendas, las universidades, los expendios de todo. Iban jóvenes, viejos, niños.

Tal vez el cálculo de los republicanos que repudian al migrante falla al no razonar que tras cada indocumentado hay una familia documentada que lleva años echando raíces en este país; detrás de cada indocumentado, hay una comunidad, sensible e irritable ante los discursos que intentan disminuirla, infamarla. Eso se dice fácil: el resultado no lo es. El trabajo de quienes convocaron es real, muy real. No son políticos, vuelvo de nuevo, son líderes. No son operadores, son pares, semejantes, compañeros. La espontaneidad de la marcha ya avisa que habrá otras. Su carácter pacífico, debe enorgullecernos.

Democracia espontánea, de líderes y causas reales

A más de un siglo de escuchar que los mexicanos, los centroamericanos, los suramericanos no conocemos la democracia, la realidad trasciende con su veredicto contrario. La conocemos en el corazón, en esa fuente que genera los grandes y profundos procesos políticos, la injusticia. Que no hay marcha atrás para el migrante que salió de su país como resultado de políticas económicas fallidas, pactadas entre los gobiernos. Que no hay marcha atrás para el migrante que echó raíces en tierra ajena, sostenido con el fruto de su trabajo.

Así, honestamente, mexicanos, centroamericanos y suramericanos salieron a las calles de Los Ángeles. Y acabo de escuchar unas palabras que me estremecieron: “Siempre pensé que Los Ángeles era una ciudad hispana, acaba de decir junto a mí una maestra de la preparatoria de mis hijos Lilia y Gustavo, pero el sábado ya no me cupo duda”.

Tal vez, la lección de esta joven, cuyas expectativas se vieron superadas con mucho por la marcha del sábado, resulte accesible a los gobernantes actuales. La realidad es fuerte, contundente. Se trata de la suerte de poco más de doce millones de personas, el 27% de la población de Estados Unidos. Tan solo en California, la población indocumentada asciende a 2 millones.

Entre muchas otras causas que irritan a muchos respecto de las reformas propuestas a la ley de migración son las siguientes: Que se prohíba la ayuda humanitaria a organismos religiosos, agrupaciones civiles o personas, incluidos los familiares, caseros, profesores, etcétera.

Que se persiga a los indocumentados cual si fuesen criminales. Que se diga alegremente el costo que los indocumentados representan al país, obviando las cifras que los dineros que a través de ellos ingresan en las arcas públicas, tomando en cuenta que los indocumentados no solicitan ni obtienen ayuda gubernamental, reembolsos fiscales y otro tipo de estímulos a los que tendrían derecho si se les diera el reconocimiento que se da a cualquier contribuyente.

¡Ningún político habría podido convocar a tantos!

Y como infectada por la ola antiinmigrante, la comunidad hispana en Estados Unidos, formada del número de países hispanoamericanos que hay en el planeta, se ha visto desprovista de una posición respetable en el terreno cultural. Se ataca al español; se niega que los hispanos contribuyan al patrimonio de la nación; se minimiza la imagen de las personas procedentes de países de habla hispana al punto de que se las toma por analfabetas, aduciéndose que al ingresar sin el dominio del inglés a este país le cuestan más a las escuelas que un chico que ingresa habiendo nacido en territorio estadounidense.

Y qué es lo que se ignora. Que muchas de nuestras poblaciones son bilingües, cuando no trilingües. Que los esfuerzos nimios de sus estados por educarlos son capitalizados por este país, que de ese modo recupera el capital humano que las fallidas políticas económicas de Latinoamérica le merma a aquellas naciones. Que se enriquece la agricultura, con trabajadores agrícolas expertos, cuyo conocimiento milenario de la tierra ha vuelto fértiles los campos agrícolas de un país en el que sus ciudadanos se rehúsan, por ya más de un siglo, a trabajar en el campo. Que se enriquecen las escuelas y universidades al ver llegar en números cada vez más altos maestros, cuya sensibilidad va más allá de una cultura monolingüe y cifrada en el país amurallado que el más leguleyo de los proteccionismos no podría conseguir, en estos tiempos globales.

Pero al margen de cuanto ocurra en torno a la migración, las realidades humanas seguirán su curso y será la necesidad, no la política, la que dicte el curso que nuestras fronteras asuman, en los años por venir. Por ahora no nos queda sino despertar a la sorpresa de la muchedumbre que protesta y que viene a mostrar que la democracia es como las mareas que suben y bajan, sin que podamos hacer nada para impedirlo.

El día es por demás simbólico: la fecha en que se celebra a César Chávez. Y las marchas continúan. En CNN, donde apenas una noticia de crimen o de narcotráfico llega a llevar el nombre de algún país hispano, México incluido, dedica ya a difundir las marchas nacionales como las de Los Ángeles. Y el senado, que ya delibera sobre el curso que tomará la reforma, ha comenzado a hacerlo con cuidado, como quien teme, en verdad, al mítico gigante…¿ya despierto?

Contacte a María Dolores Bolívar: MDBOLIVAR@san.rr.com


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