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REPORTAJE

Son mercancía; bienes de consumo. La clase media norteamericana ha reconvertido a mis compatriotas en objetos hablantes valorados por debajo de clones y robotes.

Por María Dolores Bolívar

SAN DIEGO, CALIFORNIA.– No llegan por accidente o testarudez. Desde la cúpula corporativista se desmantelan sus sistemas productivos en el capitalismo salvaje donde ellos no existen cual fuerza laboral o recursos humanos. Son mercancía; bienes de consumo. La clase media norteamericana ha reconvertido a mis compatriotas en objetos hablantes valorados por debajo de clones y robotes.

En la televisión observé a un chiquillo llorar por su perrito muerto. Familia y televisora culpaban a la inmigración de tráfico de perros. “Nos lo vendieron de menos de siete meses”.

El rictus denotaba conmiseración. Sus condolencias iban para el perrito que los conmovía menos que las personas. Mis condolencias iban hacia esas manos –objetos entre objetos, presas de la corriente de los mercados libres-.

Qué no hemos visto venderse en esos mercados negros o de las negras conciencias. Órganos, niños -también de menos de siete meses-, cuerpos, placeres, aves, animales varios, maquila, sudor, sangre.

Los mercados negros ¿o eran libres?

Objetos, trastes, útiles. El léxico es des-humanizador pretende liberar culpas. Mexicans es eufemismo de lo que no se toma por humano. I will hire two mexicans to help me move, dijo una mujer, sin pensar que al hacerlo me infligía una ofensa que durará por siglos. Dos, era palabra infamante, denotaba arrogante mayoreo de personas.

Para los consumidores de humanos, en la bonanza, la convivencia necesaria con los tales trabajadores/herramienta de vida no gusta. Que trabajen que suden, que cocinen, que cosan, que talen, que limpien, que cuiden niños, que mantengan en orden el mundo- pero que se sienten en mi silla, que se apoltronen en mi colchón o que prueben mi sopa…. ¡Agrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! ¡Por dios sagrado!

Como en los tiempos de Drake

La palabra clave es pobreza. Hace décadas que se apoderó de la escena en México. No solo dejamos de vivir holgadamente en la región mas transparente. Nuestro mundo se convirtió en una película de Buñuel con trazos de Walter Salles. 24 horas de frontera sobrecogen. Ahí está, tangente y viva, la realidad que se quisiera hacer desaparecer de a carpetazo. Los emigrantes son los esclavos modernos llevados, como expuso Mary Louise Pratts, en troca, en balsa, en camiones destartalados, en vagones de tren y de trailer, a pie.

En la frontera comienza ese mercado despiadado regenteado por piratas invisibles. La despedida de México es umbral de esa realidad de contrastes que pone en cada esquina a un grupo que se ofrece para cualquier trabajo.

¿Qué harán hoy?, pregunte a unos hombres acomodados sobre la toma de agua, en una esquina de Miramesa, el área urbana que nutre de trabajadores de cuello azul –ay cuellos curtidos y multicolores- a la elegante, selectiva y blanca Scripps Ranch. Un día a la vez, subraya Juan, que asegura que Dios no falla, premio cósmico a su entereza de salir a ganarse la vida, a pesar de los supremacistas que les tocan el claxon o les señalan con el pulgar hacia abajo.

Su meta se fija en dólares. Cuando rebasen los cincuenta se habrá consumado el milagro. En San Diego el salario mínimo garantiza una vida de carencias. Pero la renta más modesta, la comida más económica, los envíos más módicos motivarán al trabajador a seguirle.

¿Quiénes son los empleadores?

El abanico se abre como en botica. El solicitante asegura que el trabajo durará unas cuantas horas. La rutina se repite, salvadas las peculiaridades.

Pararán en Home Depot para escoger tierra, fertilizante, semillas y flores. El empleado aconseja, sugiere, decide la compra. También carga enseres, sacos de tierra, maceterío y bolsas hasta el coche y del coche a la casa. A pico y pala, sin el beneficio de la modernidad que alguna vez creyó que hallaría en este lado, afloja la tierra, levanta hierba mala, se soba el lomo el día entero, bajo el sol, hasta lograr encaminar el jardín abandonado semanas, meses. Cuando termina tiende grama, coloca macetas, siembra brotes, echa semilla, riega. Su fugacísimo patrón le hará rendir pidiéndole además que ayude con cosas pesadas, adentro. Moverá muebles, cargara cajas, sacara la basura y hasta se llevara trebejos que mantenían alguna parte de la casa inútil o revuelta.

Su pago, contratado sin ver, será el pactado al comenzar el día. No hay quejas por temor al despido abrupto o a ser reportado a la migra. Sea lo que sea, el pago indica que Dios esta con uno y que todo anda bien.

A la pregunta de si prefiere el trato en EU o en México, sin dudar dicen “allá nos tratan mal y pagan mal. Por eso preferimos quedarnos de este lado”.

Las mujeres se cotizan alto

Las mujeres casi no salen a ofrecerse. Sus patronas la recomiendan.

Salen temprano y no regresan sino a eso de las ocho de la noche. Cuando consiguen dos trabajos se llevan hasta 150 al día. ¿Por qué no viven mejor? -pregunto pensando en que mi salario no todos los días alcanza los tres dígitos- “Necesitamos enviar remesas” -Pedro mantiene a dos hermanas, madre, tía y siete sobrinos- Si no mando, no comen.

¿De a cuánto es el envió? De lo más que se pueda. Nos apretamos pues no hay a quien impresionar. Vivimos en apartamento, de a seis que somos. Cada cabeza un drama. Siempre sale a relucir la nostalgia.

En El Patrón, donde al final del día se recala, la cajera, bilingüe, es de Acapulco. Voy a poner un negocio de buena comida, me dice, e imagino el pozole que su mirada deja escapar, acompañado de un suspiro.

Un silbido melódico apresura la caída de la tarde. Vámonos, dicen dos a quienes el milagro se les quedó en promesa. ¿Qué silba? Una canción de mi iglesia. Cánteme un pedacito, digo para hacerle ver que me gusto la tonada.

Un día a la vez, yo quiero vivir, ayúdame hoy yo quiero vivir un día a la vez. Ayer ya no existe, mañana quizás no vendrá. Ayúdame hoy, yo quiero vivir, un día la vez.

Contacte a María Dolores Bolívar: MDBOLIVAR@san.rr.com


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  2. Oct 10, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 53
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