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Manuel Murrieta Saldívar conoce muy bien las técnicas de la crónica y las utiliza de la mejor manera. Por ejemplo, se cuida de no “editorializar”, se guarda juicios y deja que sea el lector quien se encargue de eso. Él sólo describe, nos pone en determinados escenarios y situaciones y nos hace partícipes: pareciera que estamos permanentemente al lado del narrador, quien funciona como guía impecable. No me cabe duda de que Murrieta es un cronista con toda la barba, que da“veinte y las malas” al más pintado…

RESEÑA

Portada de la obra cortesía Editorial Garabatos

Manuel Murrieta Saldívar, La gravedad de la distancia (Historias de Otra
Norteamérica).
Editorial Garabatos, Hermosillo, Sonora, 2009; 200 pp.

Por Ignacio Trejo Fuentes

trejofi@yahoo.com.mx

—Especial para Culturadoor.com, desde la Ciudad de México—

Día de publicación: 11-Febrero-2011

Manuel Murrieta Saldívar nació en Ciudad Obregón, Sonora, pero desde mucho tiempo vive en Estados Unidos, donde estudió y ahora es profesor universitario. Ignoro su fecha de nacimiento, y calculo que tiene poco más de cuarenta años. Lo conocí hace unas semanas en Los Cabos, en un encuentro literario, y me llamó la atención el texto que leyó en su oportunidad. Luego, leí sus libros La gravedad de la distancia (Historias de Otra Norteamérica) y La grandeza del azar (Eurocrónicas desde París) y me llevé una sorpresa más que agradable.

Murrieta Saldívar es un cronista excepcional. Me referiré en esta y la entrega próxima a su libro mencionado en primer término. En él, da cuenta de sus primeras andanzas en Estados Unidos, a donde llegó para trabajar y más tarde registrarse en una Universidad. Como introito, da noticia de cómo veía, desde Sonora, a aquel poderoso país, y nos habla, por ejemplo, de un extraño personaje norteamericano que llegó a México y se instaló para siempre, rodeado del cariño de la gente. Y del primer profesor que se encontró estando ya en “el otro lado”.

En “Sabré cómo agradecer” relata que una de sus compañeras universitarias le pidió que certificara que un mariachi valía la pena de ser contratado para una fiesta, y luego de hacerlo durante una comelitona la chica lo hizo acompañarlo para agradecerle su intervención: lo llevó a una suerte de bar donde había espectáculo de table dance y tubo. El premio fue la actuación exclusiva de una joven cubierta por un antifaz que resultó ser, ni más ni menos, que la propia condiscípula del narrador. La anécdota es del todo atractiva, y resulta sobresaliente por la fuerza narrativa de Manuel Murrieta, la que permea todas sus crónicas.

Siguiendo un orden cronológico bien establecido, Manuel nos habla de sus primeros pasos como estudiante, y después como profesor. Ya instalado, recorre una y otra vez el país, va de Los Ángeles a Chicago, de Albuquerque a Miami, de Washington a San Francisco, y cuenta historias de lo más interesante y con un “sabor” espléndido. No se trata de meras estampas turísticas, de postales, sino de auténticas radiografías de lo que esas ciudades encierran, de su gente y de cómo afectan y conmueven al cronista. En la parte final, Murrieta Saldívar nos lleva a Puerto Rico y a Hawai, islas que son realmente Otra Norteamérica.

El autor conoce muy bien las técnicas de la crónica y las utiliza de la mejor manera. Por ejemplo, se cuida de no “editorializar”, se guarda juicios y deja que sea el lector quien se encargue de eso, de ser necesario. Él sólo describe, nos pone en determinados escenarios y situaciones y nos hace partícipes: pareciera que estamos permanentemente al lado del narrador, quien funciona como guía impecable.

No me cabe duda de que Manuel Murrieta Saldívar es un cronista con toda la barba, que da “veinte y las malas” al más pintado. Mas como suele suceder, es una lástima que su obra circule sólo en circuitos muy cerrados, si bien su trabajo puede localizarse en Internet. Además de académico y escritor (ha publicado varios libros) es editor. En mi próxima colaboración me detendré en estas deliciosas crónicas, en las que se incluyen celebraciones patrióticas y deportivas y, sobre todo, amorosas.

Segunda y última parte

En su libro La gravedad de la distancia, Manuel Murrieta Saldívar recorre la Otra Norteamérica para contarnos historias de las que es protagonista desde su juventud hasta su madurez, desde sus tiempos de estudiante en universidades gringas hasta las épocas actuales cuando es profesor. Esta actividad, aunada a su oficio periodístico y literario, lo ha llevado por todo Estados Unidos y al extranjero, y no pierde tiempo en registrar sucesos y personajes, lo que da como resultado una serie de crónicas del mejor nivel.

Llaman especialmente mi atención los textos ubicados en ciudades como Los Ángeles, Washington, San Francisco, Chicago o Albuquerque porque he estado más de una vez en ellas y puedo reconocer escenarios y situaciones. En la capital norteamericana, Manuel está durante la celebración del Día de la Independencia, se mete en la fiesta descomunal y nos lleva con él en medio del alborozo de los locales y el estupor del foráneo, que registra paso a paso todo lo que ahí ve y siente.

Sus crónicas de San Francisco son de las mejores, porque si bien en una primera parte va por los lugares más bellos y ricos de la ciudad, en otra se adentra en los sitios más sórdidos, esos que los turistas solemos ignorar pero que son áreas sustanciales del lugar. En Miami recorre, sobre todo, los sectores invadidos por cubanos.

Aunque en un principio da la impresión que el cronista se concentrará en el medio académico, al progresar el libro ofrece otras aristas. Por ejemplo, da cuenta de su asistencia a un partido de futbol durante el Campeonato Mundial efectuado en aquel país; luego, se mete en el Súper Tazón y más tarde en una final de la liga de beisbol. Si bien el primer deporte es (era) casi ajeno a los norteamericanos, los otros dos son su vicio, los viven con toda el alma y mediante los triunfos o las derrotas de sus equipos liberan mucho de su personalidad, de su nacionalismo. Murrieta Saldívar no se ocupa de detallar los juegos en cuestión, sino de mirar el entorno para luego registrar todo en sus crónicas: es un voyeurista, como debe ser todo cronista.

Y esa capacidad de observación se está en todas las crónicas del libro en cuestión. El autor va con las antenas bien dispuestas, sus ojos y sus oídos y su nariz están atentos para apropiarse de cuanto se pueda. Y lo mejor es que nos lleva consigo en esos viajes y experiencias, pareciera que estamos ahí, en el lugar de los hechos referidos. Nunca he estado en Hawai ni en Puerto Rico, pero gracias al trabajo de Manuel me transporto hasta allá al leerlo, cosa que le agradezco: cuando vaya, si voy, sabré qué buscar y qué no.

Murrieta Saldívar mantiene en sus crónicas un ritmo espléndido, sabe darnos el tono de su voz y el de sus personajes, y por eso, como en las mejores crónicas, éstas parecen cuentos, invenciones. Pero ya se sabe: la crónica literaria debe partir de hechos reales revestidos de las herramientas de la literatura narrativa. Y estos son ejemplos más que buenos.

En la primera entrega de esta reseña dije que Manuel es autor de un libro de crónicas registradas en Europa, principalmente en París. Son asimismo notables, y en otra oportunidad me ocuparé de comentarlo.

Manuel Murrieta Saldívar, La gravedad de la distancia (Historias de Otra
Norteamérica). Editorial Garabatos, Hermosillo, Sonora, 2009; 200 pp.

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*Ignacio Trejo Fuentes, destacado autor y periodista cultural, articulista en la revista Siempre!, donde originalmente publicó esta reseña, ejemplares # 2995 y 2996, noviembre de 2010.

Más sobre La gravedad de la distancia:

http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/la-gravedad-de-la-distancia.htm


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