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En tránsito entre el gorjeo y el rebuzno, la versión popular de las Jitanjáforas de Reyes, dicen y no significan, se dirigen al oído que palpita con los tambores y se sublima con los violines.

ARTÍCULO

Imágenes  Internet

Por Anna Georgina St.Clair

Desde  Querétaro, México, especial para Culturadoor.com.—

Día de publicación: 25- Abril- 2012

Desde que vi la lista de los títulos de sus artículos, el vocablo me llamó la atención; al llegar al penúltimo  de La experiencia literaria [1] me lo encontré de frente. ¿Qué es?, o más bien ¿qué son?

Y Alfonso Reyes, en su magnífico manejo de la tensión –como asiduo lector de género policíaco que fue- no me lo decía todo; primero me platicó de dónde sacó el vocablo, luego, a través de sus páginas plagadas de sonidos, ritmos y clasificaciones de los onomatopéyicos y trabalingüísticos sonidos versificados, cantados, rumiados y tartamudeados, entendí lo que de genial tenía esta definición. O mejor un ejemplo:

A mo a tó

Matarile rile ron

En tránsito entre el gorjeo y el rebuzno, la versión popular de las Jitanjáforas de Reyes, dicen y no significan, se dirigen al oído que palpita con los tambores y se sublima con los violines.

En plena época moderna de la literatura –décadas treinta y cuarenta del S. XX-, plantea que los experimentos surrealistas, dadaístas y otras, de usar sonidos para crear poesía y entrar a la subterránea mezcla de neblina, lenguaje y recuerdos del Finnegans Wake joycianas, las Jitanjáforas ya se escribían siglos atrás, y en todos los idiomas. Exhibe la existencia de ellas en inglés, francés, portugués, italiano, idiomas que dominó.

Las Jitanjáforas reyesianas abarcan no sólo los sonidos sin sentido aparente sino también los versos en donde se cultiva la ilogicidad, el torcimiento de la palabra para hacerla entrar en la rima o nomás porque sí, sin llegar a ser una metáfora pulcra o una sabia referencia.  Esta  fue  propia de algunos escritores que precedieron  la explosiva libertad artística  que rodeó a Reyes en la gestación del texto que nos ocupa.  Solo se requería hacer arrullar a un niño inquieto por parte de una madre cansada, u oír hablar a un loco en una obra molierana de teatro (ejemplos formalmente citados en el artículo original) para darnos cuenta de la amplitud que las Jitanjáforas abarcaban.

Gracias a Librolandia[2], tuve en mis manos durante mi niñez, una traducción literal de Alicia en el País de las Maravillas, con sus ilustraciones originales. Lewis Carroll me confundió y obligó a releer varias partes, de lo disparatadas que eran. Recuerdo el monólogo de una lagartija, escrita en letras de tipo grandes, que se iban reduciendo al tiempo que dibujaban en el papel una ondulante cola. Ese fue mi primer encuentro con el manejo tipológico y gráfico de las palabras. El monólogo era una sarta de nostálgicos dislates. Recuerdo haber pensado cómo sería posible que EN UN LIBRO eso pudiera escribirse, no producto de errores tipográficos,  y que finalmente todo el texto se integrara en una extraña lógica, fuera de la simple formalidad directa de las palabras a la que yo estaba acostumbrada. El libro, por enigmático, me absorbió un tiempo, pero luego lo dejé,  enojada por el sinsentido.

¿Palabras inconexas? ¡Ejercicio levreriano de mi maestra Simón, que a quienes tratamos de realizar nos hacía entrar a los terrenos de Artaud y Breton! Simular locura, era un trabajo harto difícil, pero una vez encontrada la hebra y enredándola a propósito, el chiste (¿o tormento?) era no dejar que se desenredara demasiado pronto (y surgiera lógica evidente en donde no queríamos que la hubiera) o nos metiéramos tan profundo que, al modo de Verne del Viaje al Fondo de la Tierra,  ya no encontráramos salida al sol y mientras más avanzáramos, más cerca del infierno (perdón Sagan, al núcleo hirviente). Y ahí olvidáramos el hilo ante la quemadura de neuronas.

Quizá por la amplitud de significados que Reyes otorgó al concepto de Jitanjáforas, el vocablo no es usado más que como una rareza  culta. He buscado en Internet y encuentro que el término, además de ocupar un espacio en las definiciones literarias mexicanas, en Colombia es más recurrido: incluso hay un programa de radio titulado “La hora de las Jitanjáforas”, así como varios blogs literarios que lo ocupan.

En fin, yo quería comentar todos los artículos de La experiencia literaria, pero sus Jitanjáforas me dieron risa, atrajeron, provocaron e inspiraron emociones en mí que no todos logran. Termino con una equivalente sueca al “tin marín de do pingüé”:

Uble duble dof

Kinke nane kof

Kofe nane dinke nane

Uble duble dof


[1] Reyes, Alfonso. La experiencia literaria. FCE, México 1989 (primera edición, Ed. Losada, 1942).

[2] Librería grandiosa y grande, la única de Hermosillo, Sonora, México, durante los años sesenta y setenta, a donde acudía con mi familia con frecuencia a leer, enterarme de las últimas novedades y, a veces, a que me compraran libros. La librería yo no existe.


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