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Era difícil concentrarme cuando tenía solamente una clase por internet, imagínate ahora que tengo cuatro. Es casi imposible no volverme loca. Pero eso sí, viviendo en una casa de origen mexicano como la mía, significa que nunca morirás de hambre, porque con un costal de Maseca y frijoles tienes para comer todo el año…

CREACIONES ESCOLARES

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 Imágenes del archivo de Culturadoor.com

A unos días de iniciada la cuarentena por el “coronavirus” en California, se abordó ya Online el género de la crónica en la clase de Taller de Periodismo y Creación Literaria Span 3400 de California State University, Stanislaus. Se definió el género y sus características,  se mostraron ejemplos y se solicitó a los estudiantes escribieran sus primeras crónicas reflejando la realidad, emitiendo sus opiniones y vertiendo sus emociones. Se trató de utilizar el carácter híbrido de la crónica, mezcla de periodismo y de literatura, que reflejaran lo que sucede en los pueblos y ciudades que rodean nuestro campus universitario como Turlock, Merced, Los Baños, Ceres, Modesto, Stockton. Los textos cronísticos que se presentan a continuación son fruto de este ejercicio y consignan lo sucedido en las vidas de los estudiantes y sus familias, capturando el impacto regional de esta pandemia mundial desde la perspectiva mexicana-latina. Creemos que el resultado es impresionante por la alta participación, por la descripción de lo que sucede en nuestras comunidades y por el contenido emotivo y reflexivo. Estas crónicas, pues, no solo son un valioso testimonio, sino además son ejemplo de que este género despierta el interés y la curiosidad de los estudiantes por registrar la realidad que les rodea, cumpliéndose así el objetivo, además de sentirse motivados por publicar por primera vez.., ¡Felicidades y que los lectores californianos y de más allá disfruten sus textos y sepan lo que nos sucede!

Dr. Manuel Murrieta, instructor del taller y editor. Contacto: mmurrieta@csustan.edu

Se agradece la participación del grupo y la asistencia editorial de la estudiante Marilú Velasco.

 

Textos de: Mariana Soria,  Ariadly Gutiérrez, Marilú Velasco Hinojoza,  Cristina Jiménez,  Karina Rodríguez, Karen Barajas,  Evelyn Luna-Márquez,  Ian E. Amezcua Rodríguez, Astrid Macías,  Lizeth García y Daisy González. Del Curso “Periodismo y Literatura: Taller Creativo en español. Span 3400”, California State University, Stanislaus. 

Día de publicación: 20-abril-2020

 

Coronavirus, llegó para frenar la vida

Por Mariana Soria

El Coronavirus (COVID-19) llegó a frenar la vida de todos. Provocando miedo en las familias y aislando a niños y adultos de su vida cotidiana. Llegó a la vida de todos para hacer lo que nadie había podido. Este virus, del que al principio todos lo tomamos como un chiste,  llegó y tocó a mi familia. Parecía que todo era una mentira, pero se debía actuar pronto, pues en casa estaba Pablo. Un niño de seis años con problemas de asma, quien, por ser víctima de tan horrendo maleficio, sufrió la separación de su mamá, eliminando cualquier esperanza de volverlo a ver. Este era un caso de tantos que había en el mundo. Los pueblos parecían fantasmas. La gente entró en pánico. Las tiendas quedaron vacías. Se respiraba un aire fresco y tenso. Las comidas ya no sabían igual y, en casa, ya no compartíamos del mismo plato, parecía que éramos extraños…

 

Esperando el Sol

Por Ariadly Gutiérrez

Cada día que pasaba, creía que no había tiempo de descansar. La rutina diaria era cansada, pero el “sueño americano” me empujaba a seguir. Para lograrlo, tenía que trabajar y estudiar. Y como toda ama de casa, soy una mujer independiente, “hecha y derecha” como lo decía mi padre. Pero hay días que quisiera tirar la toalla y rendirme. En días como esos, contemplaba a Dios, deseando una pausa de mi realidad; quisiera poder descansar sin preocuparme del trabajo ni de los “biles”.  ¡Cuanto deseo quedarme en casa para no ver el sol!

De un día para otro, mi deseo se cumplió. Desperté y perdí mi celular. Me encontré con una gran sorpresa, me contactaron de mi trabajo diciendo: “Empleados y empleadas, por causa del coronavirus tendremos que cerrar nuestras puertas hasta nuevo aviso.” Volteé la cabeza hacia con mi esposo y le dije con alegría: ¡Hoy no tendré que ir a trabajar! Me llegaron mis vacaciones, qué bien!,  me las merecía.

Después, al revisar mis correos electrónicos, me encontré con que la Universidad Estatal de Stanislaus en Turlock, California, también cerraría sus puertas y todas las clases serían en línea. Con gran alivio, me emocioné, porque diariamente tenía que manejar una hora para llegar a la universidad, ya que vivo en Stockton. Ahora, ese tiempo lo podría utilizar para hacer mis trabajos desde la comodidad de mi casa. Por fin, sentí que Dios había escuchado mis deseos.
El presidente Trump, anunció a todos los habitantes del país a que no salieran de su hogar, ya que el virus se había expandido muy rápido y no tenían la cura. Aunque la mayoría de la gente estaba aterrorizada, me encontraba tranquila y lo consideré como unas vacacioncitas.

La primera semana pasó como si nada, me sentía contenta y relajada. Pero después llegó la segunda y tercera semana. Lo que hace unas semanas se me hacía una rutina fatigosa, ahora me encontraba extrañándola. Anhelaba sentir el sol en mi rostro mientras caminaba alrededor de las instalaciones de la universidad, pues ahora, el sol era mi única esperanza, porque según eso, el calor podría destruir este virus egoísta. Sin el virus, todo volvería a la normalidad y podría seguir mi vida al lado de mi rutina fatigosa…

 

 Un mundo nuevo

Por Marilú Velasco Hinojoza

El día que recibí ese alarmante y fatídico mensaje de texto de mi amiga Bárbara, quedará grabado en mi memoria para siempre.

Ella escribió: — Necesitas saber que en el área de la bahía se ha indicado la alarma de “toque de queda”, debido al virus llamado Corona (COVID-19). Prepárate. Asegúrate de tener comida y suministros para al menos dos semanas.

Mis pensamientos empezaron a correr a mil por hora y mi corazón latió fuera de control. ¿Cuál es la definición oficial de “toque de queda”? ¿Definitivamente tengo que encerrarme en casa? ¿Necesito abastecer la despensa y empacar el congelador para más de dos semanas? ¿Para qué me estoy preparando? ¿Qué pasa con mi familia tanto en los Estados Unidos como en México?

Pensé que esto no podía ser verdad. Aunque Bárbara era confiable, inteligente, creíble y, lo más importante, alguien que se preocupa por mí, esta vez tenía que estar equivocada. Estaba consciente de que el Coronavirus era un problema serio en China. Pero, eso fue en China. A miles de kilómetros de distancia. Esto no podía estar pasando en Estados Unidos,  en Turlock California.

Pero, en cuestión de días, mi forma de vivir y pensar cambió. Ahora tenía una nueva realidad: no salir de casa, ni mucho menos visitar a mis familiares, ya que tenía que seguir la regla de distanciamiento social, la cual cubría alrededor de seis pies y, si necesito salir, tengo que ponerme un cubrebocas, en fin, un cambio que nunca había experimentado. El monstruoso COVID-19 y miles de muertes en todo el mundo, se han convertido en mi nueva preocupación.

Parece que mi primera experiencia de compras después del mentado “toque de queda” fue hace años. Pero, de hecho, han pasado solamente tres semanas. Recuerdo que aquel día me dirigí al gigante de los almacenes, Costco, en Turlock, sabiendo que ahí podría encontrar todos los artículos de mi corta lista: papel higiénico, carne, vegetales, arroz y tortillas. Para mi sorpresa, la enorme tienda estaba abrumada por un gran vacío. Los habituales cerros inmensos de papel higiénico y botellas de agua simplemente habían desaparecido. Estériles como un desierto desolado.

El miedo se apoderó de mí. ¿Qué debo hacer? Pensé que tenía que ir al supermercado llamado SaveMart, aquí en Turlock. Aunque es pequeño, podría no estar tan afectado. Pero para mi consternación, me equivoqué. Los anaqueles y congeladores estaban vacíos. Caminé por los pasillos y nada de pasta. Pan y leche, nada. Paquetes de carne de pollo, bistec o puerco, nada. Seguro deben tener sal. Pero, no… ¡ni siquiera sal!

Aunque me sentí conmocionada e incrédula, desesperadamente sabía que tenía que llamar a mis padres y hermanos en Zacatecas, México, para informarles de lo que estaba pasando en los Estados Unidos. Que se prepararan y así no experimentaran lo mismo que yo. Sabía que no confiaban en las pláticas de los vecinos ni en los informes de los medios de comunicación, pero escuchándolo de mí, quizá podrían creerlo. Le dije a mi madre que llenara el congelador que tienen de reserva en la cochera con tortillas, carne y legumbres. También, le sugerí a mi padre que le convendría quedarse en casa y que no se aventurara a visitar a sus amigos y vecinos en su salida diaria por la mañana para comprar leche y fruta que, de plano, mejor no saliera. Le comenté que personas mayores como él, a su edad de 84 años, eran más vulnerables a contagiarse si no tomaban precauciones.

Él respondió: — Dios nos cuida mija.

Sin embargo, he tomado muy en serio las advertencias de los científicos. Durante varias semanas, me he refugiado en casa y mis compras de comestibles son en línea y directamente entregados a la puerta de mi hogar.  Hay veces que me enfrento con un “pedido cancelado” o “fuera de stock”, es por lo que tengo que organizar y ordenar al menos una semana por adelantado, mi preocupación es alimentar a mi familia.

Debo recordar que no puedo ir de compras a las tiendas “no esenciales”, por ejemplo: Ross o TJ Max, ya que se han convertido parte de la “ciudad fantasma” en el centro comercial ubicado en la calle Monte Vista, en Turlock. El impacto visual de ese lugar, la oscuridad y el vacío, asustan.

COVID-19 me ha despojado del contacto personal con familia, amigos, profesores, compañeros de clase y colegas de la Universidad Estatal de California de Stanislaus- CSUStan. Pues al cerrarla, por protocolos de seguridad, todas las clases son transmitidas vía internet.

Todavía me levanto por la mañana preparándome para ir a clase, sólo para volver a la realidad de que hoy, y quiên sabe por cuántos días más, junto con cientos de miles de estudiantes de todas las edades, en todo el mundo, no volveremos a tener clases en persona, al menos este semestre.

Mi vida ha cambiado desde hace unas semanas. Ahora tengo una diferente y una “nueva realidad”: ¿Cuándo habrá un tratamiento para el COVID-19? ¿Qué hay de los mentados cheques de compensación? ¿Qué pasará con todos los negocios cerrados? ¿Cuándo volverán a trabajar los millones de estadounidenses desempleados? Y, lo más desalentador: ¿Cuántas vidas quitará el mortal virus?

Sé que suena egoísta, pero hay días que quisiera dormir permanentemente y despertar cuando esta pesadilla haya terminado. Sabiendo que ya estamos en nuestra vida normal, que mis padres están llenos de salud, mis hermanos y cada miembro de mi familia, amigos y toda la gente que conozco, sigue gozando del privilegio de la vida y darme cuenta de que mi padre tenía razón…¡Dios nos cuida!

 

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Ya estoy enfadada

Por Cristina Jiménez

Muchas personas, incluyendo algunos familiares, han perdido su trabajo a causa del coronavirus. Por suerte, mi esposo sigue trabajando y puede con los gastos de la familia. Pero mi hermano se vio afectado y trabajará hasta nuevo aviso. Desafortunadamente, algunos piensan que esta cuarentena, impuesta por el gobierno, significa no trabajar; pero sí salir a visitar familiares. ¡Y lo peor de esto, es que mi hermano llega todos los días a mi casa con sus chiquillas malcriadas! Parecen terremoto esas niñas. Y luego, cuando por fin se van, me toca limpiar y desinfectar toda la casa. Después de dos semanas, si empiezan a enfadar esas visitas. Como la gente no puede salir a trabajar o de compras, no hay otra cosa más que hacer, pero andar de visita y enfadar. Las únicas tiendas abiertas son de comida y, cada vez que voy, siento que están subiendo los precios. Esto sí es para preocuparse. ¿Cómo puede ser posible que una libra de carne cueste $7 dólares? ¡Mejor me hago vegetariana! Con lo poco que ganamos y lo caro que está la comida se complicarán más las cosas. ¿Pero qué más se le puede hacer? Solamente esperar a que se acabe…

 

No debería haber una pandemia para darnos cuenta que estamos bendecidos

Por Karina Rodríguez

A principios de año, es un momento en el que todos esperamos comenzar de nuevo: mejores hábitos, tener una resolución de año nuevo y cambiar nuestra apariencia para que sea más brillante que el año pasado. A partir del año 2020, ya habíamos oído hablar de un virus que comenzó en China llamado Coronavirus (COVID-19). No fue una gran noticia en ese momento, hasta el mes de marzo.

Este virus comenzó a propagarse rápidamente por todos los países. Se sabe que las personas pueden contraer este virus fácilmente al tocar o estar cerca de alguien que ya lo tiene. Pero tristemente, muchos de ellos al no saber que ya están contagiados, lo traspasan. Se ha convertido en un virus mortal que causa mucho estrés en el mundo. La gente comenzó a volverse loca, lo primero que se les ocurrió, fue comprar papel higiénico, después, comida y, sobre todo, mascarillas, guantes y desinfectantes para manos. Todo eso, se agotó inmediatamente y no se podía encontrar en ningún lugar. Cuando comenzó a ser una noticia sustancial, las tiendas comenzaron a cerrar sus puertas para no permitir que grandes grupos de personas se juntaran en sola una vez. Querían evitar que el virus se propagara.

Actualmente, estoy viviendo en un pequeño pueblo llamado Riverbank, California. Debo admitir que a nuestra familia le llevó un tiempo para procesar esta situación. No éramos esas personas para ir directamente a la tienda después de ver que se estaban vaciando y, hasta cierto punto, sentíamos que las arrasaban con todo alimento que encontraban, estaban exagerando. Era una locura ver las noticias, la gente publicaba en las redes sociales fotografías de las líneas de espera para entrar a las tiendas y las peleas por papel higiénico. En serio que se veía peor que el “viernes negro”.

Tiempo después, comenzó a golpearme más cuando nuestra escuela anunciaba el cierre y cambiaba nuestras clases de cara a cara a clases en línea. También, me preocupaba el saber que, en cualquier momento, recibiría la noticia que no podría ir a trabajar más, ya que cerrarían sus puertas al ser un “lugar no esencial”. El gobierno había anunciado que los lugares esenciales, como tiendas de comida y farmacias, eran los únicos que tendrían que estar abiertos. Fue entonces cuando me di cuenta de que se estaba poniendo serio en California.

Durante este tiempo, fue más miedo de tener que ir a nuestras compras semanales de comestibles y no alcanzar suficiente comida, ya que la gente se abasteció y no dejó nada. Comenzó a darme ansiedad, estrés y nerviosismo cuando iba a la tienda, al mirar con mis propios ojos estantes vacíos, sin encontrar suficientes artículos, ni medicamentos. En efecto, al pasar unos días, fue cuando la escuela anunció el cierre y, casi inmediatamente, mi trabajo anunció el cierre también.

Nadie sabía cuánto duraría esto, podríamos estimar dos semanas, pero ya pasaron y aún no hay mejores actualizaciones. El virus se estaba propagando rápidamente. Se cancelaron muchos eventos como conciertos, deportes, carreras, etc. Y hubo un aviso obligatorio para que todos se quedaran en casa y solamente salgan si es necesario. Mucha gente, hasta el día de hoy, no entiende y aún sale. Lo toman como de vacaciones. Ahora dicen que la cuarentena se terminará hasta al 30 de mayo. Otro mes de estar en casa.

Fue un cambio de vida para todos y es difícil acostumbrarnos a esto. Es todo por nuestra salud y seguimos orando cada día por todas las enfermeras y médicos que están sacrificando su vida para que puedan ayudar a las personas infectadas por este virus.

Salir es bastante impactante, triste e increíble. Ver todo cerrado, poca o ninguna gente al aire libre, precios de la gasolina bajando, así como boletos de avión, salir y ver a muchas personas con máscaras y guantes puestos.

Además, los negocios que van a la quiebra no pueden pagar a sus trabajadores todos estos días de cuarentena, son pequeñas empresas que no pueden mantener su empresa abierta. Algo que nunca hubiera imaginado vivir.

Lo que me pone más triste que nada, es el hecho de que no puedo ver a mis hermanas y sobrinas. Las tengo muy lejos y, ahora con esto, con más razón no puedo conducir a larga distancia para verlas, duele. Lo único bueno de esta situación, es que tenemos tecnología, para poder comunicarnos con nuestros seres queridos a través de video llamada o mensaje de texto.

Por el momento, se requiere también, mantener al menos seis pies de distancia si salimos de casa. Pero es mejor permanecer en el interior del hogar lo más posible y proteger a sus seres queridos.

Cuando esto termine, será definitivamente una historia y la gente lo recordará. En ese entonces, quizá, deberíamos reflexionar del miedo que todos pasamos por no poder encontrar los productos básicos, sanitarios y alimentos. El aburrimiento de no poder ir a la escuela, la soledad del aislamiento, la ansiedad por nuestra salud y la de nuestros seres queridos, la falta de garantía de que el sistema de salud podrá protegernos, para saber lo afortunado que somos.  La triste verdad con todo esto, es que mucha gente vive así incluso cuando no hay una crisis de salud importante; debemos estar agradecidos por todo lo que alguna vez nos quejamos en nuestra vida. Estamos bendecidos y no debería habernos tomado una pandemia para darnos cuenta de eso.

 

Fin de mi mundo escolar

 Por Karen Barajas

Habitando en el condado de Merced, California, donde al momento de escribir esta crónica hay veintinueve (COVID-19 Map) casos confirmados del coronavirus, mi mundo escolar se acerca a su fin. Con un mes más para recibir mi diploma, no soy la estudiante feliz que debería ser. Tenía mi rutina perfecta antes que llegara este virus: trabajaba un día a la semana y el resto lo dedicaba a mis clases en la universidad. Mi escapé de la realidad eran mis estudios. Extraño la biblioteca llena de estudiantes trabajadores silenciosos. Ahora estoy atrapada en casa, he perdido mi motivación, pero los trabajos siguen viniendo.

Encima de todo eso, sigo yendo al trabajo en el condado de Stanislaus, con ochenta y uno casos confirmados (COVID-19 Map), así que me pongo al riesgo por cuatro horas a la semana, para una compañía que sigue operando, aunque trabajamos uno a uno, ya sea en casa o en la clínica de niños con autismo. Dicen que si no queremos trabajar está bien ¿pero nos pagarán?

Solamente nos dieron veinte horas extra de “sick time” (ausencia por enfermedad). Todo lo que oigo es: ¡Quédense en casa! “Piensa en todos no nomás en ti”, pero todavía tengo que trabajar. No hay ninguna pausa al pagar los “biles”. Perdí once horas a la semana del trabajo, no entiendo cómo creen que nos vamos a mantener.

Estos tiempos son los que nos enseña quiénes están realmente ahí para ayudarnos, como lo demuestran los mensajes de texto que recibo de mi novio y mejor amiga. Mi familia se comunica más conmigo y me gusta que hablamos todos los días. Pero extraño tener a mi familia aquí. El apartamento es muy grande para mi hermana y yo. Es muy frío, oscuro y es fácil sentirme en sola.

Ni siquiera puedo salir a caminar sin sentirme culpable de no quedarme en casa. Las calles son más vacías, pero aún no completamente silenciosas. Los parques están cerrados con cinta de precaución, los senderos están bloqueados con conos y no hay rollo de papel higiénico en ninguna tienda. Duramos semanas sin ver botellas de agua disponibles en los supermercados. La gente compra más de lo necesario y no dejan nada para los demás. También, muchos se ponen guantes y máscaras, pero tocan sus celulares mientras los usan. Ojalá que desinfectaran todo antes de llegar a casa.

Hay muchas advertencias que tenemos que seguir que no entiendo, por ejemplo, “Social Distancing”, cómo se puede evitar, si la gente toca todo y es inevitable que personas toquen lo mismo. Si alguien tiene el virus, pero no tiene síntomas, es muy fácil que lo traspasen. Parece que el gobierno hará lo que sea para no contagiarnos y para que nos quedemos en casa. Ha sido frustrante vivir en los Estados Unidos durante esta pandemia.

Espero que todo se termine rápido y pueda recibir mi diploma en una ceremonia de graduación como la clase del año 2020 se merece.

 

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Una mexicana en cuarentena en California

Por Evelyn Luna-Márquez

El coronavirus (COVID-19) es una pandemia que ha afectado ya a más de dos millones de casos confirmados en el mundo y, en California,  han muerto miles. Las escuelas están cerradas y muchos están desempleados por el momento. Todos tenemos nuestras propias experiencias en estos tiempos de pánico y, siendo latina, mis dificultades pueden ser relacionadas con otros jóvenes viviendo en familias hispanas.

Tengo dos semanas encerrada en mi casa. No salgo a ningún lado, sólo al mercado cuando es absolutamente necesario. Mis padres y yo vivimos en Los Baños, un condado en la ciudad de Merced, California, en el cual, desde el 8 de abril, han confirmado 30 casos de coronavirus. El departamento de policía de Los Baños ha impuesto una orden de quedarse en casa y a las personas encontradas caminando por las calles, serán multadas con $500 dólares. El día que salgo a la tienda, me siento angustiada. Veo a toda la gente con mascarillas y guantes. Los estantes que alguna vez estuvieron llenos de agua y suministros desinfectantes, hasta ahora siguen vacíos.

Cada día que pasa, los números de infectados en mi condado se incrementan. Extraño la escuela, la libertad de ir con mis primos cuando me siento mal. Mi angustia crece al pensar que mis padres de 62 y 72 años son los que corren con el mayor riesgo de contagiarse con el COVID-19, pues se dice que los adultos, en especial los que padecen de enfermedades crónicas, son los más vulnerables. Mis padres son viejos y me preocupa su salud. Igual, mi hermano y yo tenemos asma y un virus como éste nos puede afectar gravemente, pero hacemos todo lo posible para cuidarnos.

Es difícil vivir en una casa con padres latinos por ciertas razones. Por ejemplo, mis padres pasan todos los días discutiendo y me desespero. Desde los últimos cinco meses, había vivido sola porque mis padres estaban en México y, ahora que regresan, estamos forzados a quedarnos encerrados en la casa. No me puedo concentrar en las tareas que me dejan. Era difícil concentrarme cuando tenía solamente una clase por internet, imagínate ahora que tengo cuatro. Es casi imposible no volverme loca. Pero eso sí, viviendo en una casa de origen mexicano como la mía, significa que nunca morirás de hambre, porque con un costal de Maseca y frijoles tienes para comer todo el año.

Sé que puede ser difícil estar en cuarentena por estos meses. Muchos eventos importantes para nosotros, los estudiantes, fueron cancelados y nunca los podremos volver a experimentar, pero tenemos que seguir adelante. Como latinos, graduarse de la universidad, es uno de los momentos más especiales en nuestras vidas y, para muchos, ese momento tan especial ha sido cancelado, pero los estudiantes de la Universidad Estatal de Stanislaus se van a graduar. Aunque sea en un tiempo más lejano, pero lo haremos. No perdamos la esperanza. En este momento, lo único que podemos hacer es lavarnos las manos, quedarnos en casa y, esperar a que ojalá todo se resuelva pronto…

 

El año 2020 no perdona

Ian E. Amezcua Rodríguez

Con la llegada del virus, COVID-19, a California, todas las escuelas, incluyendo la mía, CSU-Stanislaus, ubicada en Turlock,  California, tuvieron que cerrar sus instalaciones para evitar que los estudiantes contagiaran esta terrible enfermedad. Al principio, me alegré mucho al escuchar esta noticia, porque esto significaba dos cosas: levantarme hasta tarde y ahorrarme mucho dinero en gasolina. Mi primera semana en cuarentena fue increíble, descansé, recuperé mi energía y pude ir tranquilo a trabajar sin ninguna preocupación. Sin embargo, la segunda semana no fue tan buena, regresaron las desveladas debido a que algunos profesores les dio por ser más exigentes en línea.

Aparte, uno de mis compañeros de trabajo me llamó para decirme:

—Oye, algunas de las “tocadas” que teníamos programadas para este mes de abril me las cambiaron y otras me las cancelaron.

–Pero ¿si les pediste depósito verdad?– le pregunté.

—No, la verdad se me pasó. Me dijo sin ninguna preocupación.

–Es lo primero que tenías que asegurar– le dije molesto– Como músicos aquí salimos perdiendo todos. En serio cómo eres…

Me respondió:

—Ya ni modo, igual si ocupan un baterista otro de los grupos que conozco, te dejo saber.

Al final, le colgué para evitar que la cólera hablara por mí. Ahora que me encuentro sin trabajo, el estrés ha regresado a hacerme la vida imposible una vez más. Quizá esto era lo que me hacía falta para ver la magnitud de este problema.

Hasta el día de hoy, no he escuchado de alguien que haya fallecido de coronavirus en la ciudad de Modesto, California. Para ser honesto, ni siquiera lo he investigado porque no tengo deseos de aumentar mis preocupaciones.

Bastante tengo con saber que hay desabasto en muchas tiendas, que poco a poco me estoy quedando sin dinero, que mi abuelito estaba mejor en México, al ser una persona mayor de edad, corre con mayor riesgo de contagiarse por este maléfico virus. Lo peor de todo, que no veré a la mujer que tanto me gusta hasta el otoño; eso si logramos salir de esta contingencia pronto. Así están las cosas hasta el momento. Por mi parte, permaneceré en mi hogar cuidándome y esperando a que pase esta crisis.

 

Este virus va de peor en peor 

Por Astrid Macías

Estos últimos dos meses, han sido muy rápidos y estresantes. Primero, este virus comenzó a dar preocupaciones a unos cuantos países. Después, las escuelas empezaron a transmitir clases por computadora para evitar clases cara a cara. Luego, la gente empezó a preocuparse más por este virus e hicieron compras en exceso que incluían agua, papel del baño, toallas para desinfectar y comida.

Todo esto me estaba causando un poco de enojo, porque al principio pensaba que este virus sólo era un resfriado y que la gente estaba exagerando. Después, con el tiempo, me di cuenta de que este virus sí era cierto y peligroso. El Coronavirus incluso ha limitado los trabajos de muchas personas y el servicio de muchos restaurantes. Vivo en el pueblo de Turlock, California, así que estoy ubicada alrededor de Merced, Livingston, Modesto, Stockton, etc. Aquí, muchas tiendas han cerrado por completo mientras esta situación se compone. Al igual, muchos restaurantes en Turlock están abiertos, pero solo para ordenar comida para llevar a casa o también la gente está ordenando por “Online”.

Trabajo en Starbucks, que se puede decir que es un restaurante, pero la compañía se enfoca en vender café. Mi trabajo es considerado esencial durante esta epidemia, así que no pudimos cerrar el local y aún estoy laborando. Ahora estoy más estresada, porque después de que el gobernante dio la orden de quedarse en casa, me imagino que los clientes se multiplicaron por tres. Pienso que mucha gente mira esta epidemia como unas vacaciones y, al contrario, es cuando deben de tener más precaución. Pero bueno, a como miro y escucho en las noticias, pienso que een vez de mejorarse. Espero que toda esta situación se calme y nuestras vidas vuelvan a la normalidad.

 

Mi vida entre dos ciudades 

Por Lizeth García

Mi vida en Turlock, California, es muy diferente a la de Hisperia, California. Viajo entre estos lugares por motivos familiares, entonces tengo que experimentar dos casos diferentes. Debido a esta cuarentena provocada por el coronavirus, que se sigue extendiendo en el estado, he tenido más tiempo que lo usual.

Mientras que vivo en Turlock, un pueblo perteneciente al condado de Stanislaus, me la he pasado en mi cuarto, haciendo tarea y leyendo cuando ocupo un descanso. Por otra parte, cuando visito Hesperia, evito hacer mi tarea, porque prefiero cocinar algo sano e intento mantenerme saludable corriendo ocasionalmente. Hasta el momento, solamente se han registrado cuatro muertes en el condado de Stanislaus, mientras que en el de San Bernardino, se han presentado cuarenta y siete muertes desde el 16 de abril. Estas estadísticas han cambiado mi comportamiento.

Me detengo en hacer cosas innecesarias mientras viajo entre mis dos localidades. Cuando me encuentro en Turlock, salgo en ocasiones a la tienda, si es que necesito algo o me voy al parque a correr. Sé que debería quedarme en Turlock, pero tengo que ir a Hesperia, porque ahí vive mi hermana y le ayudo con su niña recién nacida cuando me necesita. Estando ahí, no voy a la tienda, al menos que sea totalmente necesario. Si tengo que ir, entonces uso una máscara para protegerme y mantengo mi distancia. Sé que todos están evitando este virus de la mejor manera que pueden y todos lo hacemos diferente para sobrevivir física y mentalmente.

 

Trabajo en un supermercado y la gente llega en olas…

Por Daisy González

Laborar en un supermercado en Turlock, California, durante la epidemia del coronavirus no ha sido nada fácil, pero los días se pasan volando al estar ocupadísima trabajando, sin saber a qué horas me iré a casa y viendo la desesperación de la sociedad a diario. La gente llega en olas, con mascarillas y guantes, sólo para llenar sus carritos de comida innecesaria por temor que no vaya a haber el siguiente día. Y es cierto, los pedidos que hacemos en la tienda a veces no llegan a tiempo, los estantes están vacíos, pero no es necesario la agresividad ni los insultos hacia los trabajadores y los demás clientes.

El pago extra por trabajar bajo estas condiciones es lo único positivo, pero al igual, es frustrante saber que los desempleados están recibiendo más ayuda financiera que la clase obrera. Quizá pronto el gobierno reaccione y ayude a todos los que se han sacrificado al ser expuestos al mentado coronavirus por ayudar al resto de la sociedad.

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