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El testimonio de Manuel Murrieta, independientemente a su indudable calidad literaria, es importante porque se trata de la visión de un mexicano nacido en la frontera norte que está lejos de idealizar al vecino; que es literalmente el “boy-next-door” del Imperio y, por consiguiente, no alberga enormes expectativas de su estadía casi obligatoria en ese lugar…

Ensayo sobre la obra de Manuel Murrieta


Fotos: archivo

¿Cómo puede ser gourmet (así me han clasificado) un hombre que cuenta en su haber de político un conjunto de destierros que suma veinticinco años, pasados en su mayor parte en los Estados Unidos comiendo hot-dogs y sandwiches?
José Vasconcelos, entrevistado por Emmanuel Carballo

Por Eve Gil
—Exclusiva para Culturadoor—

CIUDAD DE MÉXICO.- El origen de las diferencias de todo tipo, principalmente religiosas e ideológicas, entre México y Estados Unidos, se remonta a las diferencias originarias entre ingleses y españoles, que a su vez se apoderaron de territorios habitados, respectivamente, por nómadas y sedentarios. “Las diferencias entre los ingleses y los españoles que fundaron Nueva Inglaterra y Nueva España no eran menos acusadas y decisivas que las que separaban a los indios nómadas de los sedentarios —señala Octavio Paz—. De nuevo: fue una oposición en el interior de la misma civilización. Del mismo modo que la visión del mundo y las creencias de los indios americanos brotaban de una fuente común, independientemente de su modo de vida, los españoles y los ingleses compartían los mismos principios y la misma cultura intelectual y técnica. Sin embargo, la oposición entre ellos era tan profunda, aunque de otro género, como la que dividía a un azteca de un iroqués. Así, sobre la antigua oposición entre nómadas y sedentarios se injertó la nueva oposición entre ingleses y españoles. Se han descrito muchas veces las distintas y divergentes actitudes de españoles e ingleses. Todas ellas se resumen en una diferencia fundamental y en la que, quizá, está el origen de la distinta evolución de nuestros países: en Inglaterra triunfó la Reforma mientras que España fue la campeona de la Contrareforma.”

El contraste entre España e Inglaterra, prosigue Paz, era tan dramático como el que actualmente divide a México y a los Estados Unidos, “La historia de España y la de sus antiguas colonias, desde el siglo XVI, es la de nuestras ambiguas relaciones —atracción y repulsión— con la Edad Moderna. Ahora mismo, en el crepúsculo de la modernidad, no acabamos de ser modernos (…) La política española frente a los indios tuvo una doble consecuencia: por una parte, al reducirlos a la servidumbre, se convirtieron en una mano de obra barata y fueron la base de la sociedad jerárquica novohispana; por la otra, cristianizados, sobrevivieron lo mismo a las epidemias que a la servidumbre y fueron una parte constitutiva de la futura nación mexicana. Los indios son el hueso de México, su realidad primera y última (…) En los Estados Unidos no aparece la dimensión india. Esta es, a mi juicio, la diferencia mayor entre los dos países (…) los Estados Unidos se fundaron sobre una tierra sin pasado. La memoria histórica de los norteamericanos no es americana, sino europea.”

Mucho se habla de las vejaciones y demás riesgos (el de una muerte cruel, por ejemplo) a los que se exponen los mexicanos que desafían ese Muro de Berlín posmoderno (Daniel Sada dixit), pero muy poco de aquellos que legalmente se asientan en dicho territorio y experimentan asimismo el látigo del desprecio de los colonizadores. La mayoría de quienes exponen el pellejo en pos del sueño americano, es decir, los llamados “espaldas mojadas” (“comefrijoles”, “pieles de lodo”, les nombran actualmente), provienen de las zonas centro, sur y suroeste de la República Mexicana. En cambio, de entre quienes optan por una estadía en toda regla, encontramos una mayoría originaria de la franja fronteriza, es decir, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Baja California y Sonora.

La única razón aparente por la que un joven de la burguesía del México limítrofe con Estados Unidos cruza la frontera, sometiéndose a los más alucinantes avatares burocráticos para una estancia en toda regla, es ingresar a una de las prestigiadas universidades de la Tierra de las Oportunidades. En los exclusivos (y elusivos) campus de los E.U.A, los burgueses latinoamericanos, asiáticos y árabes pasan a ser lavaplatos, cocineros y sirvientes de quienes les han abierto las puertas del primer mundo. Se convierten en la mano que alimenta al cada vez más voraz monstruo nombrado McDonald´s: “Ustedes, los peones, las hormigas, produciendo en inglés miles de hamburguesas, nuggets, pays de fresa o manzana: ustedes, los estudiantes, los trabajadores, los working class people pensando en las angustias académicas y existenciales, murmurando la prisa del reloj para cumplir con la jornada y dejar de sufrir en sus respectivos idiomas traídos desde cualquier continente del planeta para curiosidad de los lingüistas del Language and Literatura Department.” Es decir, la legalidad y un nivel intelectual alto no garantizan a un extranjero no europeo, ya no digamos mexicano, que podrá disponer de magníficas oportunidades sin que a cambio se le exija un poco de sometimiento.

El escritor sonorense Manuel Murrieta (Hermosillo, 1959), que ha publicado gran parte de su obra en los Estados Unidos, en terco español, refleja esta realidad alternativa en tres libros emblemáticos: Gringos a la vista, la segunda edición de Mi letra no es en inglés y la novela Háblame a tu regreso, donde narra su experiencia como estudiante de literatura en la Universidad de Tempe, Arizona. Su testimonio, independientemente a su indudable calidad literaria, es importante por dos razones: La primera, que se trata de la visión de un mexicano nacido en la frontera norte que por lo mismo está lejos de idealizar al vecino; que es literalmente el boy-next-door del Imperio, y por consiguiente no alberga enormes expectativas de su estadía casi obligatoria en ese lugar. Los académicos de la frontera norte, por lo general, sólo tienen dos opciones: la salvaje y desconocida ciudad de México, o esa extensión de su propio terruño que son los estados de Arizona o California. La segunda razón que vuelve necesaria la lectura de Háblame a tu regreso, y en general la obra de Murrieta, es su postura crítica, su forma de recuperar, a través de la literatura, lo que los estadounidenses nos arrebataron a los mexicanos… y no me refiero a la porción del territorio sino a la dignidad. La palabra logra que el Poder, que Vasconcelos visualiza como un grupo de militares de uniforme azul claro, que fuman holgadamente en su campamento mientras las familias mexicanas de Sásabe empacaban sus pertenencias, se tambalee en su nicho vritual.

Aunque se considere a los mexicanos de la frontera norte una especie de bárbaros extranjeros en oposición a los pacíficos y civilizados habitantes del centro (que también ven algo de salvajes en los mexicanos de la frontera sur, particularmente desde la irrupción del EZLN), lo cierto es que la herida del despojo sufrido a manos de los yanquis permanece fresca en la memoria colectiva de los despectivamente llamados “norteños”. “Y la memoria y el racismo —dice Volker Schüller Will— inherente a la situación del mexicano más allá de la frontera, esa herida del más acá que no quiere cicatrizar, crea un núcleo duro de resistencia por medio del imprescindible cultivo de la lengua materna y la celebración de los grandes temas que realzan la especifidad del colectivo ético.” Si bien resulta imposible no asimilar la cultura de un país que les es mucho más próximo, geográficamente hablando, que la capital-ombligo del país, lo cierto es que los mexicanos de la frontera norte, y muy concretamente los sonorenses, tienen tras de sí un largo historial de resistencia respecto a los E.U; resistencia que, nos recuerda Guadalupe Beatriz Aldaco, encontró su máxima expresión en el periodismo:

“En los artículos periodísticos se insistía en que el patriotismo de los sonorenses debía equipararse, y aún más, valorarse por encima del que eran capaces de expresar el resto de los mexicanos. Nadie como ellos sabían de invasiones e intervenciones extranjeras. Inmerso en el discurso que repudiaba las tropelías del ejército francés, evocaban las terribles y a la vez orgullosas remembranzas de las expediciones de Raousset y Crabb”.

Este fragmento del discurso pronunciado por el C. Lic. Domingo Elías González el 7 de octubre de 1864 no puede ser más elocuente al respecto:

“Sonorenses: entre nosotros no tendremos cobardes como las corrompidas ciudades del centro de la República, que amenguan infames la dignidad nacional escuchando tímidas, desde un oscuro rincón de su casa, el estrépito triunfal de las armas francesas en las calles y bajando sumisos los ojos…”

Los sonorenses, pues, pelearon por ser mexicanos sin una mínima mediación del poder central en el conflicto. Ante el triunfo armado obtenido en soledad, ganaron algo más que la mexicanidad: ganaron una identidad propia, “De manera simultánea con la postura anterior se desarrollaba otra en la que lejos de mostrarse una empatía con respecto a los intereses generales de la nación, el sonorense se afirmaba a sí mismo en cuanto habitante de su Estado, preocupándose por demostrar las diferencias que lo separaban a él y a su territorio de otros mexicanos y de otras regiones, sobre todo de las más alejadas.” En contraposición con esta versión, escribirá en su Diario el autor de Santa, Federico Gamboa, un lamento que pudiera tener su origen en el desconocimiento del autor respecto a los sucesos internos de Sonora o en la falta de comunicación:

“Sonora es el estado más alejado de nosotros. Para convencerse no hay sino registrar nuestra historia nacional, toda ella escrita con sangre y lágrimas; no se encontrará en ésta un solo hecho, ¿ni uno solo! Que revele la menos solidaridad con nuestros muchos dolores y nuestras escasas alegrías. Tampoco se hallará un solo individuo que haya coadyuvado en nada nuestro. Nunca vibraron con nosotros, nunca lloraron con nostros. Hasta su tipo étnico difiere totalmente del nuestro. Las muchas leguas que del resto del país los alejan y distancian son nada si se las compara con las leguas morales que de nosotros los separan”.

No obstante lo anterior, y como bien señala Murrieta en Háblame a tu regreso, inevitablemente, el sonorense se descubrirá mexicano una vez que pise territorio estadounidense. Una vez dentro se cobra conciencia del abismo que se abre entre ambas caras de la moneda: estar ahí lo cambia todo. El Norte se transforma en el Sur y se adquiere la necesidad de subrayar su mexicanidad, más aún: su hispanidad. Señala Octavio Paz: “Incluso en algunos casos —el más notable es el de los chicanos— las minorías defienden sus tradiciones contra o frente a la tradición norteamericana. La resistencia de los chicanos no sólo es política y social sino cultural.” Murrieta acotaría: sobretodo cultural.

Tucsonenses: Resistencia cultural en los siglos XX y XXI

Para los mexicanos de la frontera norte, los EU son cosa de todos los días; el mundo inmaculado, aséptico y amurallado con que se topan apenas girar levemente el cuello, y ante el brutal bombardeo de las barras y las estrellas que ondean desde cientos de banderitas de aquel lado, literalmente “el Otro Lado”, proyectan su nostalgia hacia un sur hipotético, acaso metafórico.

(…) Sin embargo, tal y como la gravedad ejerce su atracción, así tú, de forma natural, al menor pretexto te acercabas a esa inmensa mexicanidad que sorprendentemente emergía desde todas partes. (Háblame de tu regreso, p. 34).

Aunque poco analizada, resulta interesante esta visión del mexicano de la frontera norte acerca de la no tan inalcanzable Tierra Prometida, a la que no se concibe como “lo otro”, sino como una parte empeñada de sí mismo y que de alguna forma es posible recobrar, en este caso, a través de la palabra. Murrieta cruza la línea que divide México de Estados Unidos (Sonora/ Arizona) para obtener un grado académico que le permita combatir al “enemigo” con sus mismas armas. Se somete con aparente sumisión a los enloquecedores trámites con que la universidad gringa hace pagar a los extranjeros, concretamente a los mexicanos, el privilegio de estar ahí. El doctorando supera uno a uno los escollos, hasta el de la soledad —que para el mexicano en territorio gringo adquiere visos de hostilidad, y a veces, hasta de acoso—, y ya con el triunfo en un puño, porque ha sido un triunfo ganarle a la burocracia gringa, asesta el primer golpe: Mi letra no es en inglés, libro que recoge la historia de la resistencia cultural mexicana ante la imposición de la cultura gringa, concretamente en Tucsón, Arizona, a través del periódico hispano El Tucsonense, fundado en marzo de 1915. Así pues, Murrieta proclama triunfante, desde la advertencia de la segunda edición del citado ensayo, que Estados Unidos es el quinto país de habla hispana en el mundo.

Pero retrocedamos un poco: decía que la visión que de los E.U tiene el mexicano de la frontera norte, en relación con el resto de la república, está despojada de toda mistificación y por ende, de respeto. El mexicano de la frontera norte padece en carne propia la influencia del vecino allanador, pero al mismo tiempo se esfuerza por convertir aquello en un intercambio cultural, es decir, impone su cultura en medio de su incesante ir y venir. No es, naturalmente, una convivencia feliz. “(…) acabaste en lo justo, reconociste en aquellos paisanos una especie de heroísmo digno de imitar te surgió una tolerancia que rayaba en la admiración porque, fantaseabas, después de todo como que hacían ellos un acto de venganza recobrando territorios de siglos pasados.” Oaxaqueño por nacimiento pero “norteño” por convicción (decía ser oriundo de Piedras Negras, Coahuila), José Vasoncelos llegó al extremo, tras sus derrotas electorales de 1924 y 1929, de declararse partidario del nazismo —en una época, naturalmente, en que se desconocían sus aberrantes crímenes—como un acto de rebeldía contra los E.U, “como una esperanza de que éste rompiese la hegemonía de los Estados Unidos en los asuntos públicos de México.”

Invasores por naturaleza, los estadounidenses han tenido que tolerar una homogenización cultural —”invasión”, le llaman — cuyo arrastre es más poderoso que ellos mismos, y en el que analistas como el paranoico Samuel Huntigton han creído detectar una seria amenaza contra la esencia de un país que carece incluso de un nombre propio. Considera el académico de Harvard que un emigrante que no corte de tajo con sus raíces (idioma, religión, cultura y, de ser posible, hasta color de tez) es un peligro potencial para el Imperio, lo cual significaría, por ejemplo, que los mexicanos que descendemos de españoles, árabes o judíos, aunque hayamos nacido en México y hablemos el español, representamos un peligro para la que suponemos nuestra patria por entender el idioma de nuestros abuelos, o practicar sus costumbres, o sentirnos compenetrados con su cultura. Por supuesto, su preocupación nada tiene que ver con los emigrantes europeos (como el gobernator Arnold Schwarzenneger, por ejemplo), pues, según sus propias palabras, no representan una amenaza ya que no difieren de los fundadores de la nación norteamericana en cuanto a aspectos fundamentales como la apariencia física y el nivel académico e intelectual y lo cual inevitablemente nos trae a la mente aquel obsoleto discurso sobre la superioridad aria que perpetró la imperdonable matanza del siglo XX.

“Para posibilitar la comunicación entre las culturas —dice Daniel Innerarity —lo primero que hay que deconstruir es la concepción exclusivista y cerrada de la identidad, desde la cual se construyen los estereotipos con que delimitamos a los extraños y, al mismo tiempo, tomar conciencia de que lo propio se constituye y enriquece también en el encuentro continuo con lo extraño.” Desde esta perspectiva, los Estados Unidos constituyen el territorio hostil donde los estereotipos convergen: el árabe fanático, el chino contrabandista, el mexicano frijolero, etc. El ensayo educadamente racista de Huntington no hace sino reafirmar la idea de los norteamericanos del exotismo como un peligro latente para su pureza WASP. Decía Juan Villoro meses antes del atentado contra las Twin Towers: “Después de la guerra fría, Estados Unidos, incapaz de realzar sus virtudes sin enemigos arquetípicos, sustituyó al Comunista Devorador por el Capo Latino.”

Mi letra no es en inglés nos muestra el probable origen del surgimiento del movimiento chicano, fuertemente emparentado con la reafirmación de una identidad sonorense. Sin embargo, es Sonora y no México “la patria perdida” de los tucsonenses. “La preservación de lo sonorense y lo mexicano se expande hasta lo latinoamericano. El amor por el terruño rebasa los márgenes regionales alcanzando un hispanoamericanismo a través de una poesía que parece seguir el ideal panamericano de Simón Bolívar (…) La respuesta con tintes bolivarianos indicaría la búsqueda casi desesperada de acercase a sus hermanos de raza, desde Sonora hasta la Patagonia, en un intento de sentir y expresar apoyo moral y reforzamiento cultural.” En la mente de los tucsonenses, Sonora no es México sino, más concretamente, un puente hacia la mexicanidad, la verdadera mexicanidad, la que no olvida ni perdona; la que defendió sus raíces con uñas y dientes. Es el equivalente chicano de la Ítaca de Ulises, es decir, Aztlán, el mítico lugar de origen de los aztecas.

Murrieta nos hace ver que si bien El Tucsonense promueve en sus páginas la literatura latinoamericana, reciente y pasada —Sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo, Rubén Darío, Gabriela Mistral, José Juan Tablada, que ellos presentan como “Juan José”, entre otros—, consagra la mayor parte de sus páginas a exaltar a los poetas sonorenses —como Alfonso Iberri, Enrique Quijada, Saturnino Campoy, Armida de la Vara y Leopoldo Ramos— y, en general, a la cultura sonorense:

En prosa y en verso se niegan a reconocer que se ha perdido ese habitat geográfico poblado originalmente por sonorenses desde hacía más de un siglo. La poesía con estos mensajes es abundante y no se limita a cantar al Tucsón inmediato, sino prácticamente a todo el suroeste con lo que sientan un precedente del Aztlán mítico que manejan modernamente los chicanos de hoy.

De algún modo, los tucsonenses han desarrollado, si se me permite jugar un poco con la terminología freudiana, un complejo de David ante el Goliat (Estados Unidos) al que teme todo mundo pero a quien su pequeño vecino puede darse el lujo de burlar ocasionalmente. El arma de la que este David se vale para dejar tuerto al Gigante es la cultura. Entre otras cosas, La Cultura constituye un arma peligrosa porque expone, a espaldas del enemigo, la realidad de una identidad estereotipada, es decir, se desenmascara para actuar con absoluta libertad: él conoce al enemigo pero el enemigo no le conoce a él.

Si Hermosillo hablara…

En su magnífico ensayo Gringos a la vista, señala Manuel Murrieta:

(…) Así, la burguesía del espacio familiar no dispone de mejor arma “abstracta” que el nacionalismo, o el regionalismo, y su trama de símbolos para desmontar la diferencia entre las clases y para permear y servirse de la superestructura. Esta cultura hegemónica forma así una noción colectiva que identifica el “nosotros” en contraposición a todo aquello que no lo es. Tanto dentro como fuera de su espacio, la cultura hegemónica crea la idea de que en verdad es hegemónica, al menos en algunos aspectos, y produce una identidad colectiva superior en comparación con sociedades y culturas diferentes de ese “nuestro” (Said, Orientalism 7)

Agrega más adelante que cada grupo social y cada época se han visto en la necesidad de recrear sus “Otros”, con base en diferencias históricas, sociales, intelectuales y políticas, “Se forma así un imaginario colectivo que porta el individuo, el cronista, que al confrontar “algo” claramente extranjero y distante, reacciona a la defensiva o de manera conservadora; o se adquiere, “por alguna u otra razón” (Said, “Orientalism” 172), un status de cierta familiaridad y se tiende a dejar de juzgar las cosas como completamente nuevas, o como totalmente conocidas (…)

En el caso concreto de Háblame a tu regreso, Murrieta traslada dicho conflicto al lenguaje de la novela y se permite cederle la narración de su propia experiencia en los E.U a su ciudad de origen: Hermosillo, “capital del silencio y la fortaleza”, en contraste con Tucsón, “ciudad sin bienvenidas”. Sin embargo, esa voz que le increpa, maternal a veces, azuzadora otras, puede muy bien pertenecer al país entero, o al orgullo mexicano que el estudiante descubre de pronto dentro de sí y que le brinda fortaleza para “resistir los repentinos “shockes culturales” bajo la premisa dictada por José Martí de que no es lo mismo los Estados Unidos desde afuera que ingresar a las entrañas del monstruo.” En este sentido, la necesidad de expresar su otredad, desde la experiencia propia, parece haber llevado a Murrieta directamente a ese “género envenenado de humanidad”, como llama Mario Vargas Llosa a la novela. “La ficción que crea la novela tiene que ver con lo social, con la colectividad, no con el individuo sino con la ciudad”

En Háblame a tu regreso, la ciudad habla a través de un individuo. Es la relatora de la nostalgia de este por las calles, por los guisos, por su infancia, es decir, se hiperboliza el precepto vargasllosiano de la novela. El recurso, sin embargo, aunque poco socorrido no es nuevo: Los recuerdos del Porvenir de Elena Garro, está reconstruida a través de los recuerdos de una ciudad: Ixtepec. No obstante, el Hermosillo de Háblame a tu regreso no es un narrador omnisciente, sino que se dirige específicamente a uno de sus habitantes. El Ixtepec de Elena Garro se refiere posesivamente a sus habitantes, llamándolos “mis gentes”. El Hermosillo de Murrieta se dirige a un personaje que no lo escucha, como le habla una madre a la fotografía del hijo lejano. Se mimetiza con los pensamientos del hijo pródigo, los cuales integra a su propio discurso:

(…) La sorpresa se incrementaba cuando, muy ocasionalmente, surgían académicos de literatura latinoamericana, invitados por sabe qué razones y contactos vanguardistas, cuestionando el poderío norteamericano. Estos cursos, por lo general intensivos, te parecían un esperado descanso, un oasis teórico y sensible y hasta una protección a tu humanismo hecho trizas entre la rapaz competencia en la que habías caído (…) Todo es bien o todo es mal, the United States es el eje del universo a donde todos queremos ir y lo demás no existe y si existe no lo escucho.

En entrevista con Mario Fernando Rentería para el Semanario Primera Plana de Sonora, el 23 de julio de 1999, Murrieta confiesa que el leit motiv de su escritura es la nostalgia, “esa huella en el paraíso”, de la que habla María Zambrano, y que prácticamente no puede escribir si no está fuera de su terruño: “Mis primeros escritos brotaron después de estar cinco o seis meses fuera de Hermosillo, en un viaje, digamos, de búsqueda vocacional que realicé en mi adolescencia, para saber qué iba a hacer con mi vida. Estuve en la ciudad de México y prácticamente en todo el sur del país: Estado de México, Tlaxcala, Oaxaca, Chiapas, Veracruz. Me uní a ciertos grupos que ofrecían servicio social a comunidades marginadas y conocí allí otros mexicanos y a otros extranjeros, nos identificamos y viajamos de diferentes formas, en distintas etapas.”

Háblame a tu regreso, a diferencia de los otros dos libros aquí citados, incluso de Viaje en Mex-América, una colección de crónicas sobre la American-Way-Of-Life, está escrito desde las emociones; desde la herida abierta de la nostalgia producto de una circunstancia casi obligada para un joven de su condición socio-geográfica-intelectual. Su ciudad, esa “matria” más que “patria chica”, le reprocha: “…te escapaste, te devolviste hacia mí, por todos lados te derramaste, en un túnel de historia y geografía, de pasión y poemas, de amor y alaridos espontáneos. Porque te acogiste finalmente a lo tuyo (…)”

El estudiante no puede evitar sustraerse al espejismo del sueño americano. Sin embargo, consciente de que las satisfacciones materiales pueden llevarlo a vender su alma al enemigo, no hace sino recordarse, una y otra vez, que ha ido allá no para quedarse —la permanencia puede ser física, pero jamás espiritual: su espíritu debe permanecer del Otro Lado—, sino para sumarse a la resistencia cultural de sus paisanos. La novela no lo dice, pero el protagonista habrá de fundar una editorial (Orbispress) que publicará mayormente libros en español, de tema fronterizo. Es decir: perpetúa la labor de aquellos que ensalza en Mi letra no es en inglés. El perfil mismo de la editorial grita una y otra vez que su letra no es en inglés: “jamás se diluye en ti el estigma del intruso…”

Contacte a Eve Gil: evelinamaria@gmail.com

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Eve Gil, autora del ensayo. Foto cortesía de la autora.

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