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Era verdad, estábamos en Puerto Rico, micrófono frente a la boca, nuestros libros reposando en el mantel y abajo un público expectante rodeados por decenas de puestos y de gente curioseando y observando letras a mares…

ORBIS EN LA ISLA

Murrieta, Bolívar y Muñoz presentando sus obras en San Juan, Puerto Rico. Fotos: K.Schroeder/Culturadoor

Por Manuel Murrieta Saldívar
—Enviado especial de Culturadoor—

SAN JUAN, PUERTO RICO. El sonido ambiental en el coliseo Roberto Clemente repetía insistentemente la presentación de los libros recientes de Editorial Orbis Press en tanto que se preparaban micrófonos, sillas y botellas de agua en el presidium. Abajo, una pequeña mesita sostenía el póster de la editorial y las sendas obras traídas desde Arizona y Sonora especialmente para el acto. Por supuesto, también se iban arremolinando asistentes atraídos tanto por lo anunciado en el programa—la presencia de escritores mexicanos—como aquellos que escuchaban el inminente inicio a través de las enormes bocinas.

Cumplidamente, los organizadores ya habían colocado sobre la tarima un tríptico enorme con las portadas de nuestras obras. Lo único que faltaba, esa tarde de jueves 16 de noviembre, era iniciar luego de un largo viaje, no solo aéreo con escala en Houston o en Charlotte, North Carolina, sino también de años de estudio, de escritura y de producción editorial. El marco era fascinante: se trataba de presentar nuestros libros ante un público internacional, curioso y novedoso fuera del ámbito tradicional de México y Estados Unidos.

Y ahí estaban, muchas caras caribeñas, uno que otro de Colombia, España o de Perú, incluyendo “borimexes” y oriundos de la isla a la espera de nuestras palabras. Cuando la maestra de ceremonias, de cuyo nombre no puedo acordarme pero que fue un dechado de simpatías, anunció nuestros nombres y la apertura del programa, en nosotros recayó ese silencio que indica que toda la responsabilidad y la batuta está en tus manos, en nadie más, aunque busques apoyo o alguna pista de ayuda alrededor. Era verdad, estábamos en San Juan, Puerto Rico, micrófono frente a la boca, nuestros libros reposando en el mantel y abajo un público expectante rodeados por decenas de puestos y de gente curioseando y observando letras a mares.

Cuando la doctora María Dolores Bolívar, como era lo acordado, inició mi presentación, tomé aire, confieso que me desconcentré un poco y repetí cosas ya dichas por ella. Quizá quise recalcar que la obra: La grandeza del azar, eurocrónicas desde París, había sido galardonada en Sonora y era la primera vez que se presentaba, nunca antes en ninguna parte. Luego me dispuse a leer la crónica sobre la torre Eiffel, texto que describe cuando uno la observa por vez primera y que se había publicado en suplementos culturales como la edición del milenio en el periódico Imagen de Zacatecas.

Mientras leía, notaba a lo lejos caras de afirmación, seña universal de que, a pesar de uno estar envuelto en su voz y hablando un español distinto, siempre hay alguien que escucha con atención aunque no lo reconozcas. Yo quise leer no una sino varias crónicas pero a mi lado estaban mis colegas quienes, ansiosos al igual que yo, traían mucho qué decir y habían hecho el viaje especial prácticamente para estar juntos en lo que en esos momentos nos ocupaba. Supe que había terminado porque los aplausos, que siempre indican algo, me hicieron mirar a la izquierda para observar a Bolívar y a David Muñoz como pidiendo la palabra listos por aumentar la voz.

A David, aun cuando ya cumplíamos casi una semana de estancia, nunca le falla la voz ni la improvisación. Cuando se trató de presentar a María Dolores—lo que ya comentó en su crónica sobre la doctora—se lamentó de que no hubiera sido ella directora de su tesis de maestría en Arizona State University. La razón: su estancia de años en Zacatecas, viaje que de no hacerse, no hubiera estado presentando Zacatecas Polvo y Luz en esos precisos momentos. Ahí me di cuenta que formábamos un buen equipo ya que ni siquiera necesitábamos de moderador para presentarnos, con nosotros era más que suficiente. María Dolores, quien a esas alturas ya tenía seguidores, volvió a cautivar tanto a los que la seguían como a los nuevos que la escuchaban leer su texto “La Casa Vacía”. Fue todo un tratado de la soledad, esa que dejan los migrantes al abandonar sus terruños a los cuales regresan esporádicamente, o jamás lo hacen, dejando un reguero de cuartos desocupados y familias desmembradas. A estas alturas, las señoras puertorriqueñas con nexos mexicanos tenían unos ojos que prometían una comunicación autor-lector para conocer a fondo esas historias que también suceden en la isla…

Como lo había hecho ya en anteriores ocasiones en Phoenix, Nogales o Hermosillo, presenté a David Muñoz como de memoria visualizando ahora su perfil derecho y al nuevo auditorio caribeño. La inmensa sala ya estaba prendida por las lecturas de esos “autores mexicanos que vienen de Arizona”. Tener conciencia de esto me dio un nuevo aire, aumenté la voz y destaqué las virtudes cronísticas, académicas, literarias y amistosas de David quien, en el foro periodístico sostenido un día antes en la misma mesa, había tenido el valor de confesar, ante la pregunta de una estudiante:

—Mira, yo sí, yo si me aviento, no le temo a ningún tema tabú ni prohibido, a mí me encanta ver y escribir sobre parrandas, centros nocturnos, de cantinas, convivencias con la vida alegre y noches de caberets.

Por eso resalté que David escribe de lo que observa, lo que escoge vivir o lo que la vida le trae, claro, sin olvidar su trayectoria de más de siete obras publicadas y una habilidad para escribir sin pausa en cualquier escenario, sea un cubículo, una sala de redacción, un cuarto de hotel, un café Internet o una mesa de un bar. David escribe de lo que experimenta, remaché, como lo hace en la zona fonteriza y migrante de donde proviene: de ahí surgieron estos cuentos—expliqué—que forman su libro México de mis recuerdos. Y entonces, acercándose al micrófono, Muñoz tomó el libro, suspiró profundo y empezó su vozarrón a contar la historia de los jornaleros que buscan empleo en las esquinas de las ciudades de Arizona. Fue suficiente, el caribeño estaba sabiendo ya, en directo, de las vivencias del mexicano migrante que experimente “la compleja experiencia humana” dentro del mismo imperio que se apropió de esta isla a cañonazos como antes lo había hecho la ex corona española.

Tras los aplausos, ya todos como en confianza, recuerdo que expliqué que no habría una sesión de preguntas, sino algo mejor: estaremos platicando como amigos al tú por tú, aquí, enseguida de la mesa junto a nuestros libros, para sentir más cerca sus palabras y sus saludos. En efecto, así sucedería y no sólo con el público que se acercaba sino también con organizadores y libreros boricuas que a lo lejos nos habían escuchado y que son, ya, merecedores de otras historias…

Contacte al autor: editor@culturadoor.com


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  2. Aug 25, 2010: CULTURAdoor » » Culturadoor 55
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