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No, don Justo, es mejor ya no invocar este pasado,  porque ahora sí corre el riesgo de que logre la trascendencia por adelantado si vuelve a aspirar ese humo en aquel tiempo irresistible.  Dejemos mejor que usted trascienda en su ciclo normal, al natural y en su momento, sin necesidad de pedirle de nuevo a la fortuna un cigarrito de por medio…

RELATO-TESTIMONIO PERSONAL

Alarcón, derecha, junto con el Dr. Manuel Hernández, profesor de literatura chicana en Arizona State University, organizador del homenaje. Imágenes: Culturadoor.com

 Por Manuel Murrieta Saldívar

    manuelmurrieta@orbispress.com

—Leído durante el “Homenaje al Dr. Justo S. Alarcón. Docente, Crítico, Escritor” por sus más de 40 años  de actividades en Arizona State University,Tempe. Memorial Union, 25 de abril 2011—

 Día de publicación: 30 de abril 2011

TEMPE, ARIZONA.- Angustiado por mi falta de experiencia de estudiante de posgrado y aprovechando mi trayectoria de periodista, capté las bondades del profesor Justo Alarcón y le propuse  que si en lugar de un ensayo final podríamos escribir un cuento original para su clase de literatura chicana en Arizona State University (ASU).  Era una idea descabellada, sobre todo cuando, recién llegado, suponía que la academia norteamericana era inflexible y en exceso rigurosa,  que me absorbería para convertirme en un científico de las letras en lugar de un autor creativo.  Alarcón me miró compasivo,  comprendiendo, pero también con entusiasmo, con esos ojos que surgen  cuando ocurre una primera vez.  Entre los pasillos me confesó que la propuesta  le parecía atractiva, lo suficiente como para exigirme  la compartiera al resto de la clase el día del inicio de los trabajos finales. “Aquí Manuel Murrieta—me hizo levantar frente a la fieras—tiene algo que decirles”…Y solté la oferta al resto de mis colegas estudiantes. 

Por supuesto, intercambiar un cuento por un ensayo final, es un manjar literario que lo vale todo, entendí que había que aprovechar al máximo la ocasión y, desaforado, ya contagiado por Alarcón, cigarro en mano y en mi pequeño apartamento de la calle Lemon, me puse a escribir una historia con muchos de los elementos que me había ilustrado sobre los cuentos chicanos.  Era una maravilla,  motivado, no paraba de escribir, así que a la vuelta de unos días tenía listas unas quince cuartillas de mi primer relato transfronterizo.  Gracias a esa flexibilidad de don Justo, no sólo aprobé la materia, sino que ese texto se transformaría después en mi primera novelita publicada, conservando su esencia y el título de aquel cuento original: Háblame a tu regreso, que ha sido lectura en preparatorias mexicanas,  en clases de literatura chicana y de la frontera en universidades de Arizona, Colorado y California.  Esta anécdota la cuento entre mis íntimos pero ahora la hago pública para reconocer que no sólo le debo a Alarcón el desarrollo de mis dotes narrativas, sino también ser flexible con los estudiantes, como lo hago ahora con los míos, porque uno nunca sabe dónde y cuándo puede surgir un nuevo escritor…

Sin embargo, esta no fue la primera fortuna de cruzar nuestras vidas con don Justo.  La  original, surgió, precisamente, cuando nos echamos juntos un cigarrito, el primero con él y en los United States, quizá por eso lo recuerdo aún.  Él me había seducido desde antes,  de la mano del hispanista Armando Miguélez, cuando, azorado, escuchaba sus ponencias en los congresos literarios de la Universidad de Sonora en Hermosillo. Eran unas cátedras humanistas que dejaban impávido no sólo a un estudiante de letras mexicano sino también a un reportero de la fuente cultural que en ese entonces lo era.  Escuchándolos, supe lo que pasaría en mi destino si me convertía en experto de las letras hispanas,  y no únicamente periodista para comunicados inmediatos.  

Estos hombres exudando sapiencia, retumbaban en mi cavidad craneal al momento de decidir mis vocaciones,  y volvieron a aparecer al llegar a Arizona como estudiante de intercambio estudiantil.  No coincidí con Miguélez pero, impresionado, sí con Alarcón.   Sabía de  su trayectoria fronteriza, chicana y transoceánica desde España, que era popular y le decían “el Profe” concluyendo que era un personaje entrevistable.  Cuando se lo propuse, me hizo sentir privilegiado: me llevó a su oficina, exigió al personal cero interrupciones, aseguró la puerta, desconectó el teléfono y empezó a fumar,  para mi sorpresa, ya que no había visto a ningún profesor en ASU que lo hiciera. ¡Fuma!,  presenciaba incrédulo, ¡es un profe de los nuestros!, pensaba yo, ya que por aquel entonces en mi escuela de letras mexicana era de lo más común y hasta fumábamos adentro del aula, después de todo éramos estudiantes de literatura, los más irreverentes por tradición.  Esto aquí es inconcebible, me dije, pero a la vez apetecible. 

Lo impresionante no es que Alarcón rompiera los códigos anticontaminantes,  sino que me ofreció o le solicité un tabaco, ahí, sintiéndome cómplice.   Este acto, por más que hoy sea totalmente incorrecto,  irrespetuoso y un completo atentado contra la salud, lo concebí entonces como una forma de romper el hielo, de intimar, verter nuestras personalidades.  También de hermanar lenguas,  de unir mi español fronterizo con el castizo en pleno imperio,  es decir, fumarse un pitillo, dada nuestras trayectorias de nuestros lugares y costumbres de origen, lo entendí como un momento de  bohemia  dentro de las rutinas impersonales y de desconocidos que me rodeaban como recién llegado.  Vaya, era como si nos hubiéramos trasportado a un bar de tapas de Málaga o a una cantina estudiantil sonorense en medio de los pasillos asépticos del edificio de lenguas de esta universidad anglosajona.  Esa entrevista, pues, sería la primera fortuna que produjo compartir un cigarro, puesto que luego la elaboré como crónica y formó parte de mi primer libro de relatos fronterizos galardonado en Sonora.  La titulé: “De España a Aztlán o el gachupín achicanado”  y aun circula en Internet.  Desde entonces me sentí  en confianza, con cierto permiso para acercarme a espacios más íntimos del Profe, como eso de proponer escribir un cuento chicano para su clase, comentarle ideas creativas, editoriales y a veces hasta personales cuando esta accesibilidad se transmutó en amistad…

Así, nuevas fortunas brotaron.  Aparecían en ciclos claves, en génesis de proyectos que algunos después resultarían trascendentes.  Y, por supuesto, muchos surgían acompañados de  un cigarrito no obstante a que los cercos antitabaco nos empezaron a rodear irremediablemente.  Por ejemplo, ya no se fumó jamás en su oficina, sino en los Dennys, luego en los estacionamientos y finalmente a escondidas, no lo sé, en el patio de su casa…

Otra fortuna sucedió cuando le mostré dos paginitas de una pequeña sección cultural que un periódico hispano del pueblo de Guadalupe me había comenzado a publicar.  Eran insignificantes, verdaderos pasquines,  marginales, alternativas, es decir, eran similares a los periódicos chicanos de cien años atrás que el Profe mismo me mencionó y que luego descubrí, como El Tucsonense.  Fue inevitable, así que empecé a imitar esos periódicos pero no para dar noticias sino para diseminar literatura y cultura en español, en la sección que se llamó  Culturadoor y de la cual se imprimían miles de copias de distribución gratuita.  Tan pronto como el siguiente  número, apareció publicado un poema de don Justo titulado “Los Pandilleros”, convirtiéndose así en uno de los colaboradores fundadores.  Su participación  fue clave: llegaron no sólo sus textos, sino además otros colaboradores, donativos y un ánimo tal que nos atrevimos a convertir esas dos páginas en un tabloide cultural autónomo e independiente de 16 páginas.  Culturadoor, así, se convertiría en el primer periódico dedicado única y exclusivamente a la literatura y al periodismo cultural hispano en el suroeste y en ambos lados de la frontera. 

Alarcón nunca nos abandonaría, al contrario, escribió más, series enteras,  artículos memorables de gran envergadura, por ejemplo, en diciembre de 1995 publicamos “Lo hispano en Estados Unidos: inquietante y esperanzador” que visualiza el impacto latino.   O la celebrada saga de siete artículos, a partir de septiembre de 1996,  sobre las peripecias bélicas y políticas del gobernador de la Luisiana don Bernardo de Gálvez.   Estos textos no únicamente cimentaron la publicación sino que fueron un imán para atraer colaboradores chicanistas de prestigio como Miguel Méndez y hasta el mismo don Luis Leal.  Además,  Alarcón ponía a nuestra disposición ejemplares de su revista La Palabra para que nos sirvieran de guía, nos regalaba libros de su autoría,  aparecieron también nuevos donativos, suscriptores y contactos.  Además de todo ello, yo me beneficiaba con la convivencia directa de Alarcón,  sin  importar ya más si fuese o no mi maestro dentro de las aulas.  La relación amistosa  se cimentó ya que para recibir sus colaboraciones operábamos  de la siguiente manera: él me entregaría los disquetes, ya sea en su casa, en el Dennys del Apache Blv. o en el estacionamiento de ASU.  Recuerdo nuestros diálogos telefónicos para la cita, era una alegría y un acuerdo tácito decidir encontrarnos de preferencia en el Dennys para no solamente recoger los disquetes, sino además para, adivinaron, echarnos un cigarrito y un cafecito en la sección de fumar, cuando todavía la había.  En el fondo, esta convivencia y placer la consideraba como una especie de premio a nuestra labor editorial porque aprovechábamos para filosofar, chismear sobre la “cacademia”, y, claro, arreglar el mundo.   

He de mencionar, con tristeza, que tras la invención del correo electrónico estos encuentros  con sus cigarritos comenzaron a disminuir enormemente.  Ahora todo era vía “attachment”.  Pero aun aquí recibiría otra fortuna de Alarcón: no sólo aprendí de él el término “Emilio” para los e-mails, sino que noté que se actualizaba con pasión juvenil respecto a las vanguardias tecnológicas.  Él encontró maneras y se animó, a diferencia de otros maestros y autores de su edad,  a seguir diseminando más amplia y fácilmente el conocimiento y las producciones literarios a través del Internet.  Fue entonces que le aprendí,  hay que aprovechar las novedades tecnológicas.  Por ello, a la menor oportunidad, creamos la versión digital, www.culturadoor.com ,  la primera en su tipo dedicada a las letras y la cultura hispana en la zona de frontera.  Después de 15 años y de superar la etapa del papel impreso, Alarcón continúa todavía  colaborando, su nombre aparece en el directorio como asesor editorial de nuestro portal que recibe miles de visitas mensuales.  Y sigue actualizándonos, pues somos amigos en las redes sociales como Facebook donde sus seguidores se admiran de que un “profe” octogenario  tenga una cuenta ahí y sea muy activo.  

No obstante a todo lo anterior, la fortuna más memorable fue en un Dennys a donde me citó no para echarnos un cigarro, que lo hicimos, ni para entregarme unos disquetes, que lo hizo, sino para presentarme a una colega y proponerme unos proyectos.  Ya con varios años amistando, conocedor de mis dotes editoriales, de mis libros publicados  y de una idea que no me dejaba dormir a punto de graduarme de doctor,  el Profe me reveló en directo: “Sé que andas con la idea de fundar una editorial—me sorprendió—pues aquí tienes dos proyectos ya listos para que inicies. Uno mío —quedé electrizado— y otro de la Dra. Lupe Cárdenas—ahora petrificado— a quien te presento”.

“Pero Profe —alcancé luego a balbucear—es una gran responsabilidad,  lo de la editorial  es solamente una idea, no tengo nada listo, no hay nada,  sólo un plan”.   Era no un honor, sino un privilegio producir el siguiente libro de Alarcón, ¡mi propio profesor!,  que ahora confiaba en mí.  No había, pues, vuelta atrás, no podía defraudar, negarme, a pesar de que yo nunca había producido un libro.  Estaba destinado o condenado, nunca lo sabré: ¡no existía una editorial y ya tenía dos proyectos en puerta! ¿No era esto una verdadera fortuna?  Además, viejo lobo de mar, el Profe me dijo: “Pues anda, ya está, sé que necesitarás esto”, entregándome un sobre.  Al revisarlo, en efecto, encontré los disquetes de los manuscritos pero además había un cheque dirigido a nadie.  Sabía yo la realidad que enfrentaría y le precisé: “Solo que hay un problema, Profe,  no existe ni siquiera nombre de la editorial”….

Fue entonces que ahí, tras los acuerdos y despedirnos, capté en mí la necesidad de desarrollar un talento práctico para materializar en libros la imaginación, la fantasía y la reflexión de la literatura.  Dediqué días y noches garabateando nombres para una editorial, me informé sobre cómo registrar un negocio en el capitalismo no sin sufrir crisis ideológicas y existenciales, busqué abogados y asesores contables.  Días después, sintiéndome inspirado, le llamé al Profe y le informé: ¡ya lo tengo, se llama Editorial Orbis Press!… ahora sí ya existe,  ya está registrada y tiene cuenta bancaria. ¡Adelante muchacho, escribe el nombre en ese cheque, enhorabuena!, escuché con entusiasmo y sinceridad.  Aquí y ahora entonces lo revelo: Alarcón fue el primero que facilitó una aportación económica que aceleró la creación de nuestra editorial, y el primer libro que se publicó fue de él.  Su obra  “La teoría de la dialéctica de la diferencia en la novela chicana.” porta orgulloso el # 1 de la Serie Reflexión, dedicada a las producciones académicas y ensayísticas.  Casi simultáneamente aparecería el de la Dra.  Lupe Cárdenas,  Tres escritores literarios del movimiento chicano, obra que no sólo plantea lo inútil de discutir sobre los chicanos auténticos versus los “espurios”, los chicanescos, sino que a la postre contiene la entrevista más completa sobre la vida y obra de don Justo, como también la de Miguel Méndez y Estela Portillo.  Estos dos libros fueron semillas, como el génesis, de lo que fue creciendo para que hoy,  unos 15 años después, Orbis sea una consolidada editorial hispana, un universo de palabras, que tiene su propio portal, www.orbispress.com,  ha publicado cerca de 90 libros, con miles de ejemplares circulando en bibliotecas globales y en libreros familiares.  Además, ha presentado obra en USA, México, Puerto Rico, Argentina y en la misma España hasta donde,  jamás lo imaginé, llevamos nuestros libros en español producidos en Estados Unidos, llevamos, pues, el fruto de lo activado por un hijo de la “madre patria” en un Dennys de cigarros, café, disquete y cheque en blanco.

Podría seguir relatando más fortunas surgidas con Alarcón al calor del tabaco, como aquella cuando formó parte de mi comité de tesis de maestría.  Podría así continuar, pero no.  Si en verdad existe aquello de recordar es vivir, es mejor parar porque temo que renazca en nosotros, y en esta importante ceremonia,  ese deseo de volver a fumar.  Revivir, como bohemios empedernidos,  la irreverencia de romper los férreos códigos antitabaco y se afecte la salud como sucedía 20 años atrás.  No, don Justo,  es mejor ya no invocar este pasado,  porque ahora sí corre el riesgo de que logre la trascendencia por adelantado si vuelve a aspirar ese humo en aquel tiempo irresistible.  Dejemos mejor que usted trascienda en su ciclo normal, al natural y en su momento,  sin necesidad de pedirle de nuevo a la fortuna un cigarrito de por medio…

 De izquierda a derecha, Dr. Juan Velasco, Santa Clara University; el editor chicano-salvadoreño, Mario Angel Escobar; Alarcón, el homenajeado; Dr. David Muñoz, Chandler-Gilbert College, ponente; y el autor de este testimonio… luego de las lecturas…


2 Comentarios a “LAS FORTUNAS DE FUMARSE UN CIGARRITO CON “EL PROFE” ALARCÓN…”

  1. Por: Profe en May 1, 2011

    Manuel:

    Día memorable ese 21 de abril de 2011… Desde las 8:00 a, hasta las 8:00 pm fue todo un festejo para los ojos, los oídos, los abrazos, las conversaciones y los recuerdos, sí, LOS RECUERDOS, acompañados de las añoranzas, nostalgias, morriñas, saudades e, incluso, duendes. Algo extraordinario, porque además de las excelentes ponencias, éstas estaban y brotaban rociadas de un cariño casi ancestral o atávico que perneaba todo lo que tocaba y se convertía en una transfusión espiritual, etérea con toques de eternidad. ¡Qué cosa tan bella! Las lágrimas brotaban sin querer y fluían silenciosamente por las entretelas de las mejillas. Dulces y tiernas como las de un niño ante unos zapatos de charol nuevecitos vrillantes como la cara del Niño-Dios, y que los Reyes Magos le trajeron para Navidades. Algo así –pero ya octogenario- me sentí yo ante este delicioso espectáculo. Y, después, para la cena, fajitas con “frijoles de la olla”… Etc.

    Un gran abrazo para ti y para todos los demás participantes, presentes y lectores de “Culturadoor”..

    Justo S. Alarcón, alias, “El Profe”

  2. Por: Manuel Gutierrez en May 4, 2011

    Tocayo,
    Hasta hoy no he tenido la fortuna de conocer al profesor Alarcón. Gracias a tu relato empero, tengo ahora referencias de un buen hombre que es a la vez un hombre bueno.
    Coincido contigo en que “el profe” es el referente obligado en tu vida profesional: primero como tu mentor, luego como tu cómplice en las cuitas editoriales del Denny’s, y más tarde como el mecenas que te dotó de alas incipientes para que volaras por tu cuenta.
    ¡Qué envidia! Contar con un amigo de este calibre debe ser fabuloso.
    Por lo demás, sabes que cuentas con mi afecto y respeto. Ojalá y los éxitos de Culturadoor y Orbis Press se multipliquen, y que esta ventana que nos ofreces a la buena lectura nunca se cierre.

    Un abrazo,

    Manuel Gutiérrez Fierro

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