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ENTREVISTAS

Por Manuel Murrieta Saldívar

Entrar a su oficina es toparse con pilas de libros, ordenados y desordenados, en varias lenguas, la mayoría en español. De hecho, casi no hay muebles; sólo libreros, estantes, anaqueles. Hay, también, un sencillo escritorio con su silla, para concentrarse en la computadora. De las paredes cuelgan carteles de César Chávez, Zapata, el Che. Así vive, literalmente, el Doctor Manuel de Jesús Hernández-G., entre textos que exigen lecturas, análisis y traducciones al español o al inglés. Así es su “bunker” de Arizona State University, en Tempe, donde nos recibe. Es ahí donde Hernández-G., originario del Este de Los Angeles, California, y doctorado en Stanford University, se ha destacado como rescatista y fervoroso defensor de las letras y las causas chicanas. Su esposa C. Alejandra Elenes se formó en un programa de Estudios Chicanos en la University of Wisconsin, Madison y enseña a nivel universitario Estudios de la Mujer. Hernández-G. tiene dos hijos con nombre maya: Xchel y H-Tubtún —parte de su temprana búsqueda indigenista. Cuando no está en su cubículo, se encuentra en su salón de clases, en algún congreso en Madrid o lidereando a futuros doctores, en coloquios de Bogotá o Yucatán. En sus tiempos libres, en casa o en algún avión, escribe una introducción para el libro de un escritor mexicano fronterizo, pensando en incluir su texto, aún antes de que se publique, en la lista de lecturas obligadas del siguiente semestre. A los nuevos escritores, Hernández-G. los saca del anonimato porque se atreve a someterlos a pruebas más letales, y por ende más valiosas: los somete al juicio de otros estudiantes de posgrado, capaces de destrozar una obra o elevarla a las alturas. Hernández-G., especialista y autoridad de las letras chicanas, es protector del spanglish, riguroso en el aula, solidario en la vida cotidiana, tal y como aquí se nos revela…

¿Cómo se puede definir a principios de milenio la literatura chicana?

Bien, este concepto tiene su historia. Por el peso de la generación de los 1960 y 1970, los jóvenes de ascendencia méxicoamericana escogieron el término chicano no sólo para los movimientos políticos sino también para los estudios sociales y culturales, entre ellos, la literatura. Su proyecto era amplio e integral y en él estaba, por supuesto, incluir la literatura, que se empezó a categorizar como literatura chicana. Fue así como se forjó el término en la producción literaria méxicoamericana. A raíz de aquellos movimientos se establecieron centros intelectuales bajo el concepto de estudios chicanos y, siendo éstos interdisciplinarios, se sigue incluyendo ahí a la literatura chicana. De esta manera, desde entonces, ha sido vigente el término.

En mis trabajos de crítica, he desarrollado el término de Mexican Southwest Literature, o literatura mexicana sudoesteña. Ahí coloco a las diferentes generaciones, inclusive la de la literatura chicana. Hoy, existen jóvenes, como Michelle Serros, que están entrando en conflicto y que desafían a esa generación de los 1960 y 1970, generación que va de salida, pues muchos de sus integrantes están falleciendo, por ejemplo, los poetas Ricardo Sánchez y Lalo Delgado, y la ensayista Gloria Anzaldúa.

¿En qué lenguas o registros lingüísticos se escribe la literatura chicana?

Regresando al Movimiento Chicano de la década de los 1970—revistas como El Grito y editoriales como Quinto Sol—sus editores y protagonistas consideraron que la literatura chicana iba a utilizar por lo menos tres lenguajes: el español, el inglés y el caló, e incluso el náhuatl. Y desde entonces ha sido así. Ahora, las grandes editoriales anglosajonas del este de EE. UU. privilegian las obras chicanas en inglés, porque rinden mayores dividendos y tienen más difusión masiva. Algunas obras escritas originalmente en español son traducidas, de inmediato, al inglés. Y hay obras publicadas en caló.

Entonces, si tenemos un texto de literatura chicana en inglés, ¿en qué consiste lo chicano?

Lo chicano está en los contenidos, en la visión histórica, la situación social presente, los temas del barrio—se mencionan sucesos del pasado, como el fundar poblados durante épocas de la colonia española, digamos Juan Oñate en Nuevo México. Esto es el caso de la novela Two Lives for Oñate (1997) de Miguel Encinias. También existen temáticas o personajes fuera del barrio, pero se mueven en contextos que enlazan con los orígenes sudoesteños. Hay un trasfondo histórico y cultural que se deja sentir, que siempre está ahí.

¿Hay algunas temáticas recurrentes que le den carácter propio a las letras chicanas?

Bueno, en novela, para las obras chicanas integradas a la corriente principal, sigue siendo la realización del “sueño americano”; se percibe como la meta a seguir. Se ve, por ejemplo, en Caramelo (2002) de Sandra Cisneros, que trata de la migración de una familia chilanga que logra establecerse en Chicago en los 1940 y el éxito económico en los 1980 y 1990. Otras novelas, como Rain of Gold (1991) de Víctor Villaseñor, siguen ese patrón. A mí me parece que los escritores que tuvieron la oportunidad de ingresar en los 1990 a la mainstream, o corriente principal, es decir, a editoriales norteamericanas con tirajes masivos, resaltan el sueño americano, la integración a él. Estas novelas se han traducido al español y uno puede comprarlas en México, España y otras partes del mundo.

¿Por qué ese afán de representar el sueño americano, no hay otras temáticas?

Sí, por supuesto, se dan nuevas presencias, sin dejar totalmente lo del sueño americano. Yo llamaría a eso narrativa urbana chicana. Hay varias novelas, cuyas temáticas se refieren a la migración de méxicoamericanos a los barrios. Surgen durante la década de los 1970 y 1980 y se establecen en los 1990; reflejan la integración chicana urbana, casi siempre a barrios marginados o decaídos, y el alejamiento del campo. En ellas, el barrio es el centro de la acción. Un ejemplo, cercano a nosotros, es la novela Barrioztlán (1999) de Saúl Cuevas. Este tipo de novelas urbanas, que tiene su auge en los años noventas, hace el rompimiento con la narrativa del campo y del migrante campesino surgida en los 1960 y 1970, cuando existía el movimiento laboral campesino de César Chávez o cuando los autores constituyeron esa primera generación literaria contemporánea. Ellos escribían sobre el campo porque sus padres habían emigrado de lo rural a la ciudad. Sus memorias estaban en el campo. Esto se puede ver en las primeras cuatro novelas de Rudolfo Anaya. Para los 1980 y 1990 se empieza a escribir de la ciudad. Influyó mucho Luis Valdez al sacar Zoot Suit, primero, como obra de teatro en 1979 y, luego, como película en 1981. El tema de Zoot Suit es totalmente urbano aunque la historia sea de los 1940. Toma lugar en el Este de Los Angeles. A partir de ese drama, se empieza a producir obra más de la ciudad. Otros novelistas urbanos chicanos son Margarita Cota-Cárdenas con su novela Puppet (1985) y Justo Alarcón con su trilogía Crisol (1984).

Otras tendencias novelísticas abordan el diálogo con México, en textos de chicanos y chicanas que van hacia el sur de la frontera en un afán de “regenerarse”, como más o menos sucede con Paletitas de guayaba (1991) de Erlinda Gonzales-Berry. Esta narrativa gira en torno a que se cree que regresar a México D. F. y dialogar con los mexicanos, inclusive un revolucionario mexicano de los 1970 y La Malinche, significa reencontrar las raíces y resolver los conflictos sociales vigentes.

¿El género predominante en la actualidad es entonces la novela? ¿Qué pasa con los otros géneros?

También hay mucha producción ensayística que me sería imposible enumerar. Podemos hablar de las tendencias filosóficas e ideológicas que se esconden detrás de los ensayos chicanos. Por ejemplo, en Borderlands / La frontera (1987) de Gloria Anzaldúa, hay indicios de La raza cósmica de José Vasconcelos. Otra tendencia es el indigenismo; otros se van hacia la línea de los pensadores desconstruccionistas franceses contemporáneos. Hay corrientes, también, que se identifican con el poeta norteamericano Walt Whitman al relacionarse con la tierra, la unión con el suelo donde se vive. Algunos ensayos, incluso, intentan congraciarse, como lo hace Miguel Méndez, con los pensadores clásicos españoles, tipo Camilo José Cela. Otros, como el celebrado Ilán Stavans, se identifican con pensadores latinoamericanos, al estilo bolivariano. Yo destaco las corrientes que se identifican con lo mexicano, lo español y, por supuesto, lo angloamericano. Con México, Hispanoamérica y España, los ensayistas buscan la recuperación y continuidad de las raíces culturales. Los que se rigen por la influencia anglosajona, la de Estados Unidos, tienen que ver con la lucha por un verdadero multiculturalismo. No hay que olvidar, igualmente, el pensamiento renacentista inglés, presente en Richard Rodríguez, incluyendo su último texto, Brown (2002) Este tema, de las raíces filosóficas, es muy importante y requiere de un estudio más a fondo. Con las tecnologías del Internet, la facilidad de las comunicaciones, el hecho de que el chicano, a diferencia de antes, ya no esté aislado y pueda estar, en instantes, en contacto con México.

¿Afecta todo esto al concepto y a la producción de la literatura chicana?

Lo que está pasando con la Internet es que la literatura chicana tiene mayor difusión. Ahora cualquier persona interesada, que viva en México, Europa o Latinoamérica, puede tener acceso inmediato a la producción. De hecho, a donde vayas te dicen, “Ya sabemos que se escribió el primer capítulo de El Quijote en caló…” (Escrito por Ilán Stavans ) Yo les digo que la mejor obra escrita en caló es de Saúl Cuevas, Barrioztlán, y ocurre aquí en el sudoeste, Califas. El Quijote ocurre allá … “[in] un placete de La Mancha”. Stavans, a veces, se desafila el yunior vato. Tanto los analistas, escritores, editoriales reciben emails de todas partes del mundo. Además, hay muchos sitios web o de literatura chicana en la red. La otra vez, encontré un sitio web donde había como 25 páginas acerca del término barrio.

En cuanto a la facilidad con el contacto con México, ése tiene que ver con que está aún fresca la identidad mexicana, tiene que ver con una generación de escritores que empieza a producir a partir de los 1990. Gente como Stavans, María Amparo Escandón, Jorge Ramos o David Alberto Muñoz, y muchos más, están haciendo una especie de mexicanización de la literatura chicana. Creo que se trata de una generación muy marcada que ahora está aquí y que todavía tiene mucho que producir. En esto tiene que ver que sus obras se puedan publicar inmediatamente y distribuirse en México. Ellos mismos van y vienen con rapidez y cuando les place. En mi opinión La condición hispánica (1995) de Stavans ha reemplazado El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz como el texto nodal en el diálogo chicano-mexicano.

¿Se puede considerar, de acuerdo a este panorama, que la literatura chicana goza hoy de buena salud?

¡Sí, definitivamente! No hay ningún problema. Existen muchas señales que así lo indican. Veo que hay una generación de literatura chicana, o de literatura mexicana sudoesteña, que reestablece y reconecta el discurso chicano contemporáneo con el antiguo, con el que data de los años 1500 ó 1600, hasta la época actual. Esta reconexión se está llevando a cabo a través del proyecto Recovering the US Hispanic Literary Heritage, con inversiones de millones de dólares y muchísimas horas de estudio e investigación. Ya han editado y recuperado textos de nuestro pasado literario, por ejemplo, las obras de María Amparo Ruiz de Burtón—hija de un hacendado californio decimonónico. Para mí, ella une dos figuras en su vida y obra: La Malinche y la Sor Juana como chicanas. Otra señal de buena salud es que los escritores van a seguir produciendo, aunque algunos ya vayan de salida y otros más estén falleciendo; me refiero a los que tienen 40, 50 ó 60 años y que todavía tienen mucho que decir. Todo esto le da una sólida continuidad a las letras chicanas contemporáneas.

Al mismo tiempo, están surgiendo jóvenes que empiezan a escribir y ya lo van a hacer con varias ventajas porque existen muchas editoriales, algunas pequeñas, comunitarias y comerciales, que les van a publicar. Y, ya decíamos, existen muchas páginas de Internet que promueven esta escritura, además de la existencia de premios y concursos literarios como el de la Universidad de California, Irvine. Luego, las editoriales de la mainstream o corriente principal—las grandes empresas—están ahora en busca de talentos, ofreciendo miles de dólares para publicar a jóvenes escritores. Este fue el caso de Mary Castillo, una joven escritora de 31 años y su novela Hot Tamara (2005). No es posible que la literatura chicana deje de existir ni que se dé un período en que no se produzca, algo así como el vacío de finales de la década de 1940 que duró hasta 1960. Y, fíjate, la literatura chicana ahora se estudia dentro de las universidades. Existen académicos con puestos permanentes dentro de los departamentos de español o de inglés y se han creado los programas Chicano Studies, o estudios chicanos, Estudios Étnicos y Estudios de la Mujer, lo cual garantiza el análisis y valoración de las letras chicanas así como su traspase a futuras generaciones.

¿Quién consume la literatura chicana? ¿Hay muchos lectores? ¿Dónde podemos encontrar estos libros?

Se encuentran en las enormes librerías angloamericanas. A veces los tienen en una sección aparte, como literatura chicana, o en la sección de libros latinos. Cuando son en inglés los incluyen por orden alfabético en el área de literatura general.

He de confesar que no hay muchos estudios sobre este fenómeno de mercadeo, pero existen varias cosas para tomar en consideración. La primera, el modelo trazado por la literatura afro-americana, que a partir de los años 1950 empieza a vender millones de ejemplares. ¿Y quiénes eran los lectores? Básicamente, angloamericanos. Este mismo fenómeno se está dando con la literatura chicana y latinoestadunidense: la mayoría de los lectores van a ser angloamericanos. Pero tenemos una ventaja adicional que está ampliando el radio de lectores; hoy existen como tres millones de hispanos con título universitario, de licenciatura para arriba, que deben ser tomados en cuenta para saber cómo mercadear estos textos. Otro factor es el incremento de lectoras chicanas, mujeres, a raíz de los movimientos feministas y el consciente reclutamiento de chicanas y eulatinas a la universidad. La literatura chicana, en los 1960 y 1970, era pensada best seller si vendían cinco mil copias por obra. Con el tiempo se vio que aun cuando fuesen editados por editoriales pequeñas, algunos textos llegaron con los años a vender 250,000 copias como la novela Bless me, Última (1972) de Rodolfo Anaya. Ahora, con la expansión de lectoras, debido a los movimientos feministas de las chicanas, y la introducción de los Estudios de la Mujer—especialmente de las angloamericanas—en los currículos universitarios, de repente se dieron tirajes de 20,000 o 30,000 copias. Eso ocurrió con la obra Esta puente, mi espalda (sic) (1981) editada por Cherríe Moraga y Gloria Anzaldúa. En los años 1990, las editoriales principales, como Anchor Books y Random House, empezaron a publicar literatura dirigida especialmente a mujeres, con Ana Castillo y Sandra Cisneros. Estos ejemplos son muestra de que la literatura chicana, cuando no se piensa sólo para chicanos o hispanos, sino para el público en general, genera un lector multicultural; los anglos leen a los chicanos o a los afro-americanos y viceversa. Se puede concluir, no obstante, que el lector actual, mayoritariamente, es angloamericano, lo que no representa ninguna desventaja pues, precisamente, ésta es la función de la literatura chicana, tener un diálogo con la cultura dominante—uno que casi siempre se desdobla a nivel mundial; de eso se trata y eso se está intentando y logrando.

¿Entonces qué función cumplen los 35 millones de hispano parlantes de Estados Unidos en la literatura chicana?

Bueno, una de las funciones centrales es ser, digamos, la materia prima de donde salen los textos. De hecho, la mayoría de los escritores escriben sobre ellos; se trata la lucha por la autorrepresentación, a pesar de que a veces salga tipo posmoderna. aunque sus obras se hallen dirigidas al lector anglosajón, siempre quieren producir una literatura para su pueblo.

Si un migrante mexicano o un chicano quiere escribir en español, mas no para el público anglosajón ¿cuál es su destino?

Si escribe en español tiene que ver si la obra publicada produce resonancia. No importa en que lengua se escriba; si la obra vale, se traduce a otras lenguas. Ahí está el trabajo del periodista Jorge Ramos con su libro La otra cara de América (2000). Ahí, el tema de que los migrantes hispanos han cambiado a los Estados Unidos, tuvo mucho éxito. Incluso ese libro se publicó primero en español, pero resultó tan bueno que luego se tradujo al inglés. Ahora se distribuye dondequiera y Ramos aparece por todos lados en los medios en inglés, como CNN.

Podría mencionar otros ejemplos de trascendencia. Nada más, por no dejar, cito la novela Santitos (1998) de María Amparo Escandón, con la que sucedió lo contrario. Se escribió primero en inglés y luego se tradujo al español y hasta se hizo una película taquillera. Creo que en Estados Unidos cualquier obra puede triunfar; no es raro que una persona que escriba originalmente en español pueda tener éxito. A nivel mundial tampoco hay problema; las letras chicanas tienen su lugar y su reconocimiento en México, Centro y Sur América y también en Europa. Se organizan congresos, por lo menos cada dos años, en distintas ciudades europeas, mexicanas o sudamericanas, a veces las letras chicanas son el tema central o se las incluye dentro de las mesas. El año pasado estuve en un congreso en España y recién regresé de otro en Mérida, Yucatán. Después se publican las actas, las ponencias, y las obras se traducen al alemán, al italiano o al francés; de tal manera que ya aparecen, sobre todo en Europa, expertos y revistas exclusivamente sobre el tema chicano.

¿Qué le puede decir a los lectores fronterizos de Arizona y del sur de la frontera?

Un nuevo desafío, un nuevo discurso chicano, que se debe de divulgar más, es la literatura bi-fronteriza. Es tiempo ya de que se tome en cuenta el otro lado de la frontera, que se incluyan conjuntamente la frontera norte de México junto con la del suroeste norteamericano, especialmente la cara chicana. Siempre se ha hablado de la literatura de las borderlands, de Aztlán, lo cual se volvió como una moda. Pero si te fijas, existen obras que se jactan de ser borderlands, y tengo que citar a Borderlands / La Frontera de Anzaldúa, que no incluyen ni al resto de los estados fronterizos norteamericanos, como Arizona, California, Nuevo México, ni mucho menos a las regiones fronterizas del norte mexicano. Ahí no aparecen Chihuahua, Nuevo León, Sonora, Tamaulipas o Baja California. Parece que al llegar a la frontera hacen una separación, de tajo, sin tomar en cuenta que hay muchas similitudes, sobre todo en cultura y lengua, por no mencionar lo geográfico. Entonces me pregunto: ¿en dónde está lo borderlands? término que en realidad se maneja en sentido singular.

Se deben de reconocer obras que cubran los dos lados de la frontera; debe de existir un diálogo entre ambos lados fronterizos, porque somos 40 millones los que habitamos esta zona, desde los Ángeles hasta Brownsville, Texas y luego, al sur, desde Monterrey hasta Baja California Sur, pasando por Ensenada, La Paz y, por supuesto, Hermosillo. Toda esta gente no sólo es fronteriza, sino bi-fronteriza; interactúan, viajan de un lado al otro, cuentan con radio, televisión, periódicos y editoriales que manejan el español, el caló y los anglicismos. Yo quisiera que se fomentara este tipo de obras, que se leyeran y analizaran más. Hay una gran producción, como lo muestran bibliotecas y centros de investigación, en ambos lados de la línea fronteriza. Para mejor entender este nuevo discurso literario, recomiendo la obra crítica Mar, desierto y ladrillo (2004) de Antonio Cárdenas Contreras y la recién publicada novela Háblame a tu regreso (2004) de Manuel Murrieta.

Finalmente, doctor Hernández… ¿cómo se siente enseñando e investigando la literatura chicana? ¿Por qué decidió hacer de esta profesión su vida?

Para mí también esto es una forma de la liberación chicana. Hay quienes estudian la literatura chicana pero no aprecian la continua lucha del pueblo chicano, no la conectan a otros mensajes y entonces nada más tratan de apropiarse de ella para avanzar su propio discurso supuestamente liberatorio. No ven que hay necesidad de fomentar escritores, escritoras e investigadores que viven su cultura.

Por otra parte, mi relación con la literatura chicana nace desde que era joven; a mis trece años y en el Este de Los Angeles, siempre estaba leyendo obras de España y Latinoamérica. De hecho, me consideraba una especie de turista chicano; necesitaba yo hablar de una manera propia ante el otro: no mezclaba el español con el inglés, y no aceptaba el espanglish. Me distanciaba yo de un tío pachuco que hablaba en caló. Para mí, las personas educadas tenían que hablar en inglés o en español y esperaba que los demás de Boyle Heights, mi barrio, lo hicieran en forma correcta, nunca mezclados. Me parecía horrible que se mezclaran los dos idiomas.

Pero una cosa que aprendí leyendo la literatura de España y de México es que cualquier literatura tiene que estar asociada con el pueblo. Y eso me quedó reteclaro cuando en 1969 asistí en Denver, Colorado a la Denver Youth Libertation Conference, congreso estudiantil organizado por el poeta chicano y autor del poema largo Yo soy Joaquín (1967): Rodolfo “Corky” Gonzales, quien incidentalmente está por morir en estos días. Entonces entendí que eso es la literatura chicana, estar asociada con el pueblo, no importa el lenguaje en que se escriba. Cuando la empecé a escuchar y a leer entendí que se manejaban anglicismos, pochismos, caló, spanglish porque así es la expresión de sus hablantes, de la gente, del pueblo chicano. En ese sentido, estoy muy contento de estudiar esta literatura y de ayudar así a mi pueblo en sus causas sociales y fomentar que escriban los jóvenes o apoyar a los investigadores que la estudian, y criticar a los pensadores todavía hegemónicos. Para hoy día, he dirigido siete disertaciones, una novela, trece tesinas en el campo. Asimismo, he sido lector de unas 17 disertaciones y 17 tesinas en literatura hispanoamericana y peninsular. Aunque emana del barrio sudoesteño o estadunidense, la literatura chicana forma parte del discurso literario y cultural mundial. La o el estudiante de esta literatura necesita ser bilingüe, bicultural, bifronterizo, librepensador, políglota, feminista, queer, globalizado y, sobretodo, contestario. Así se nos bautizó en el mundo desde 1848.
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